Las fuerzas de seguridad y los paramilitares libios consideran indeseables y peligrosos los teléfonos móviles que portan las decenas de miles de refugiados que huyen de la violencia desencadenada en Libia, a quienes se lo arrebatan en su camino hacia la frontera con Túnez.
Cada vez que un periodista se detiene a conversar un rato con un refugiado egipcio, tunecino o de cualquier otra nacionalidad (aunque éstas son las mayoritarias) que cruza desde Libia el paso fronterizo de Ras el Jebir se encontrará con diversidad de historias sobre cómo está la situación en el vecino país, mientras exigen el fin del régimen de Muamar Kadafi.
Sin embargo, lo que es una constante entre tanto testimonio es el hecho de que las fuerzas de seguridad libias o grupos paramilitares vestidos de civil tienen un especial empeño en arrebatar a los refugiados su teléfono móvil.
Y el motivo no es la mera rapiña, sino el afán, según cuentan a la agencia de noticias Efe los refugiados, de que no quede constancia gráfica de lo que está sucediendo en Libia, entre tantas protestas.
Vengan de donde vengan y cuenten lo que cuenten, la historia del robo del móvil ("confiscación" lo llaman oficialmente los libios) aparece siempre en los relatos de los refugiados, quienes privados de ese instrumento tienen realmente difícil comunicarse con sus familias en sus países de origen.
Muchas veces se roba el móvil entero. Otras, los agentes libios se detienen un poco más y abren el aparato, lo desmontan, le sacan la tarjeta de memoria e incluso la batería y se lo devuelven a su propietario, obviamente ya inutilizado por completo.
Gnawi, un egipcio que cruzó el viernes la frontera y que ayer fue trasladado al campamento provisional que el Ejército tunecino instaló en medio del desierto cerca de la localidad de Choucha (a unos 8 kilómetros de Ras el Jedir), cuenta a Efe que en su éxodo desde la ciudad libia de Zawia se encontró "más de treinta controles en la carretera".
En cada control la historia era siempre la misma: Cacheos intensivos por parte de los libios -unas veces vestidos de uniforme, otras de civil- hasta encontrar el preciado móvil, que procedían a destripar a conciencia, sin que faltaran tampoco los insultos y las palabras gruesas contra su portador.
Algunos refugiados, como Mahmud, intenta burlar los cacheos y esconden el móvil; sin embargo, los libios se aplican a conciencia en los registros y siempre lo localizan. Lo que sucede a continuación es previsible: insultos, empujones y alguna bofetada que se escapa para castigar al espabilado.
En muchos casos hay coincidencia en que si bien la ruta hacia Ras el Jebir permanece tranquila, sólo alterada por la presencia de controles, sí se puede observar en las cunetas vehículos calcinados, restos de los enfrentamientos que se libran en la zona occidental de Libia, donde Kadafi parece mantener el control, aunque éste podría estar ya cada vez más circunscrito al área de Trípoli.
La avalancha de refugiados continúa imparable en Ras el Jedir, de donde son trasladados a Choucha en todo tipo de vehículos, desde autobuses urbanos, hasta furgonetas, coches particulares y taxis, que avanzan sobrecargados de gente y maletas hasta el campamento provisional.
Allí, el ejército tunecino ha montado varias tiendas de campaña con capacidad para unas 30 personas, que aguardan el momento en que les toque ser repatriados.
Fuentes militares tunecinas dijeron a Efe que calculan que ayer iban a pasar por Choucha unos 9.000 refugiados, una cifra que da idea del creciente éxodo que se está produciendo desde que comenzaron las revueltas en Libia.
"Los refugiados se encuentran muy cansados, en estado de shock, muy asustados. Tienen hambre y necesitan una comida caliente. Aquí se la facilitamos", cuenta un oficial, mientras a pocos metros de donde se encuentra, una fila de hombres de todas las edades espera pacientemente su turno para disfrutar del rancho preparado por los militares, una especie de sopa de pasta, agua, pan y leche.