Las joyas de la Corona británica lucen más que nunca, gracias a la nueva presentación que se hace de estas valiosísimas piezas en la Torre de Londres, con motivo del jubileo de diamantes de la reina Isabel II.
Los responsables de la Torre de Londres, uno de los principales atractivos turísticos de la capital británica, con casi 2,5 millones de visitantes al año, han redistribuido las joyas para realzar el brillo de sus piedras preciosas, aprovechando que se cumplen 60 años de la llegada al trono de la longeva soberana.
"Hemos apartado todo lo que había alrededor de las joyas para que luzcan más. La luz oscura del fondo, como de medianoche, ofrece un contraste muy fuerte que realza el brillo del oro y de los diamantes", dijo Sally Dixon-Smith, comisaria de la exposición.
Lejos de presentar las joyas como piezas de museo, la nueva disposición destaca el uso que aún se les da en las solemnes ceremonias de la monarquía británica.
"Algunas de las joyas fueron utilizadas en 1953 durante la ceremonia de coronación de la reina. No son piezas de museo, sino una colección viviente", destacó Dixon-Smith.
Una de las piezas más deslumbrantes es la corona de San Eduardo, utilizada en la ceremonia de coronación de los soberanos británicos desde 1661, aunque sólo durante una media hora, dados sus 2,23 kilos de peso, entre oro macizo y piedras preciosas como zafiros, turmalinas y amatistas.
Junto a la valiosa corona, en esta ceremonia también se le otorga al monarca el cetro del Soberano, que contiene el diamante más perfecto del planeta, la Primera Estrella de África, de 530,2 quilates de valor.
Además, la corona del Estado Imperial, utilizada actualmente por Isabel II, contiene tres piedras de gran valor: el zafiro de San Eduardo, el zafiro de Estuardo y la Segunda Estrella de África, cortada del mismo diamante que la anterior, el Cullinan. La entrada en la Torre de Londres cuesta casi 25 euros y permite visitar, además de las joyas de la Corona, una muestra de las torturas que se practicaban cuando este edificio al borde del Támesis era una prisión.

