Aunque intenta no ser tan dramático, recuerda con nostalgia que los ascensores de las Torres Gemelas eran más veloces que un tren bala. Para el pocitano Felipe Ochoa, estar en la isla neoyorquina de Manhattan el día de los atentados fue como “una película”.

“Era ver ejércitos de gente corriendo para todos lados e intentando volver a casa”. Más allá de que haya “estado en varios terremotos en Argentina” como para sentir miedo, Felipe no puede olvidar la desesperación de los neoyorquinos que vivieron de cerca uno de los peores atentados de la Historia, ocurrido a 40 cuadras de su casa.

El 11 de septiembre del 2001, Felipe estaba viviendo en un edificio de Manhattan. Mientras todos intentaban escapar de esa ciudad, él trataba de llegar al corazón de la isla para acudir al consulado. “Había una señora de Pocito que me llamó para preguntarme si la podía ir a buscar porque no la dejaban salir del consulado argentino, que está en Manhattan. Agarré la bicicleta, fui al consulado y la dejaron salir conmigo. Ella había ido al consulado a cobrar la pensión de su marido”, recuerdo Felipe, un jubilado que está a punto de cumplir 68 años.

“Ella estaba con un niño que cuidaba. No querían que saliera del consulado por el peligro que había en la calle. Me la traje caminando”, agrega el pocitano que llegó a Nueva York en 1967. Felipe, actualmente casado con una turca y padre de dos chicas que tuvo con su primera esposa, todavía se acuerda de tanto ruido de sirenas. “La gente estaba desesperada tratando de salir de la zona del desastre para llegar caminando a su casa. Los taxis no querían subir a nadie porque no sabían quién iba a terminar siendo el malo de la película”, recuerda Felipe, que ahora vive en la ciudad de Long Island.

Entre risas, trata de quitarle dramatismo a tanto caos. Y piensa que tuvo suficiente suerte para que el destino evitara que Felipe consiguiera trabajo en las torres destruidas tras el ataque terrorista. Antes del atentado, el pocitano había ido “a buscar trabajo en el piso 110 de una de las torres. Era un restaurante que se llamaba Windows on the World. Todos los que estuvieron ahí murieron. El restaurante estaba más arriba de donde impactó el avión. Imagínese si me hubieran dado trabajo. No me llamaron nunca, menos mal”, remata entre risas.