Una furiosa oleada de protestas finalmente derrocó ayer al presidente egipcio Hosni Mubarak, después de 30 años en el poder, desatando festejos en las calles. Mubarak entregó el poder a las fuerzas armadas tras 18 días de inéditas manifestaciones contra la pobreza, la corrupción y la represión, en los que su apoyo militar se evaporó.

El vicepresidente Omar Suleiman dijo que un consejo militar se hará cargo de la nación árabe más poblada. Para septiembre fueron prometidas elecciones presidenciales libres. Mubarak, de 82 años, voló con su familia desde El Cairo hacia el centro vacacional de Sharm el-Sheikh.

Los egipcios celebraban eufóricos en un ambiente de carnaval en las calles, y la gente se abrazaba en la plaza Tahrir de El Cairo, el principal foco de las protestas. Otros simplemente lloraban de alegría.

Sin embargo, hay dudas sobre hasta qué punto el Ejército, comandado por el mariscal Mohamed Hussein Tantawi, el veterano ministro de Defensa de Mubarak, está dispuesto a instaurar una democracia. Funcionarios estadounidenses familiarizados con el Ejército egipcio, patrocinado por Washington, dicen que Tantawi, de 75 años, siempre se ha resistido al cambio.

En un comunicado, el consejo militar indicó que tomaría medidas para abrir una fase interina y que espera cumplir con las esperanzas del pueblo. La prensa mundial esperaba que el Ejército anunciara el despido del gabinete, la suspensión de ambas cámaras del Parlamento y que el jefe de la corte constitucional gobernara junto con el consejo militar.

"El Ejército ha llevado a cabo un golpe liderado por Tantawi. No está claro si Suleiman quedará como presidente de un Gobierno liderado por el Ejército". "Egipto está volviendo al modelo de 1952 de dirigir el Estado a través de un consejo de oficiales", dijo la consultora de riesgo Stratfor.

Israel, país con el que Egipto firmó el primer tratado de paz árabe en 1979, dijo que esperaba que las relaciones siguieran siendo pacíficas. Un enfrentamiento cada vez más enconado ya venía elevando temores de violencia en Egipto, un aliado clave de EEUU en una región rica en petróleo donde la posibilidad de que el desorden se contagie a otros Estados sacude a Occidente.

Mientras las autoridades suizas congelaban los fondos que podrían pertenecer a Mubarak, EEUU esperaba una rápida transición democrática para restaurar la estabilidad en Egipto, un inusual Estado árabe que no es hostil hacia Israel, es el guardián del Canal de Suez que une Europa con Asia y una importante fuerza contra el islam militante en la región.

Egipto había empezado a preocupar a la comunidad mundial gracias a una revolución contra Mubarak que estalló el 25 de enero pasado y que ha causado unos 300 muertos y miles de heridos. Pero ayer todo dio un gran vuelco, con un anuncio de tan sólo treinta segundos que dejaba en claro que los días del presidente de Egipto habían terminado. El vicepresidente Omar Suleimán, cuyo papel a partir de ahora queda en el aire, fue el encargado de comunicar al país, a las 18.00 horas, que Mubarak, de 82 años, había cedido el poder a las Fuerzas Armadas, que se habían ganado el apoyo y simpatía de los egipcios.

La oposición egipcia confía en que, a partir de ahora, se abra un proceso en el que participen juntos civiles y militares, que conduzca a unas elecciones limpias, a partir de las cuales se sienten las bases del nuevo Estado.

No parece que la oposición egipcia tenga prisa para ello. Lo único que quiere, según algunos portavoces, es que se haga bien y se terminen las trampas políticas que han manchado la gestión de Mubarak y que, al final, han provocado su caída.

Aún se desconocen cuáles serán los pasos formales que seguirán los militares a partir de hoy. El comunicado de los militares dado a conocer después de la renuncia de Mubarak anuncia que próximamente informará de las medidas que se adoptarán en el plano legal.

Pero el mensaje de los militares insistió en el mismo principio que las Fuerzas Armadas han defendido desde que estalló la crisis: "No hay alternativa para la legitimidad del pueblo".