Cientos de personas rodeando el auto que lo transportaba por las calles céntricas de Río de Janeiro, miles de malos intentando tocarlo. Una nube de cámaras y celulares peleando en el aire para lograr la mejor foto. Furor, canto y lágrimas. Así comenzó ayer el primer viaje al exterior del papa Francisco que llegó a Brasil para presidir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), de la que participarán 2 millones de jóvenes y en la que propondrá al mundo un ‘evangelio social‘ desde esta ‘amada‘ América Latina.
El Airbus A330 de Alitalia, sin acondicionamientos lujosos, tocó suelo carioca a las 15.40 y veinte minutos después el papa argentino apareció por la compuerta, descendió la escalera y fue recibido por la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. ‘Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo‘, fueron sus primeras palabras de Mario Bergoglio
al dirigirse a las autoridades durante la recepción oficial en el Palacio de Guanabara.
Francisco destacó que su visita tiene el fin de encontrarse ‘con jóvenes del mundo atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor‘ y exhortó a cuidarlos porque son ‘el ventanal‘ al futuro y exigen ‘grandes retos‘ a los mayores.
En el trayecto hacia la catedral San Sebastián el vehículo que transportaba al Papa debió detenerse en varias oportunidades. Al llegar a la catedral el Papa se subió al jeep abierto. Miles de peregrinos de todas las latitudes se agolparon en torno a la imponente Catedral para ver por primera vez a Francisco en el ‘papamóvil‘.
Cuando el automóvil blanco apareció en la explanada de la playa, el griterío se tornó ensordecedor.
El papa apareció ante los peregrinos muy sonriente, saludando y bendiciendo a cada paso, haciendo detener la marcha por breves instantes, e incluso tuvo tiempo para alzar a un bebé en sus brazos.
‘Estoy muy emocionada, soñaba con que él pudiera abrazar a mi hijo, yo sabía que pasaría‘, relató entre llantos Monique, la madre de Nicolás, el niño brasileño que Francisco abrazó.
En la plaza Juan Pablo II también los argentinos se hicieron notar, algunos de ellos con remeras de San Lorenzo, lo que les valió un guiño cómplice del Papa. ‘Fue un sueño cumplido’, dijo un joven santafesino.