En un frío y lluvioso atardecer en Roma, el humo blanco salió de la chimenea del Vaticano en la que el mundo posaba sus ojos. Poco después, el obispo francés Jean Louis Tauran salió al balcón de la Basílica de San Pedro ûeran las 19.12, hora de Italia-, y dijo: "Anuntio vobis gaudium, habemus Papam" (Os anuncio una gran alegría, tenemos Papa).

Los segundos de espera por el nombre se hicieron gigantes. Expectativa mundial. Tauran -quien falleció en junio de 2018- hablaba ocho idiomas, el esperado nombre del nuevo Papa lo dijo en latín: "Georgius Marius Dominum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio, Qui sibi Nnomen impossuit Franceso" (Jorge Mario cardenal de la Santa Iglesia Romana, Bergoglio, que recibe el nombre de Francisco).

 

Se sacudió la Plaza San Pedro. Se sacudió Roma. Y, por supuesto, la Argentina. "Francesco, Francesco", exclamó la multitud. Nacía una bisagra en la historia moderna de la Iglesia Católica. No sólo era el primer Papa argentino y latinoamericano, también el primer jesuita, y el primer pontífice no europeo desde el año 741.

 

Un mundo convulsionado

Después de siete siglos, un papa renunciaba. Este hecho convulsionó al mundo católico, el nuevo pontífice iba a tener que ejercer sus funciones con su predecesor en vida. Benedicto XVI había renunciado a su cargo alegando "falta de fuerzas" el 28 de febrero. Pero este tema no era el único en el que el mundo ponía sus ojos.

El martes 5 de marzo se había anunciado la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez. Su velatorio, en la sede de la Academia Militar en Caracas, fue un hecho con pocos precedentes. Por allí desfilaron, durante una semana, líderes mundiales y millones de venezolanos.

Quien escribe estas líneas estuvo esos días en Caracas y llegó a este país justo el día 13, donde la elección de Jorge Bergoglio cambió todo. El argentino era uno de los considerados papables, ideal para una etapa reformista de la Iglesia. Pese a mostrarse distintos en cuanto a su idea de cómo debe manejarse el Vaticano en este momento de la historia, siempre -aún en la actualidad-, Benedicto y Francisco se han manejado con afecto y respeto.