El papa Francisco visitó ayer una favela de Río de Janeiro que hasta finales del año pasado estaba controlada por bandas de narcotraficantes y dijo a sus habitantes que nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades sociales y que los jóvenes deben luchar contra la corrupción y la injusticia.

El Papa, que llegó en un pequeño automóvil cubierto, que después cambió por el papamóvil, fue acogido con júbilo por los 2.500 habitantes de la favela, que viven en su mayoría en casas

construidas con materiales de derribo y cartón y que para la ocasión limpiaron y adornaron las calles.

En medio de fuertes medidas de seguridad, Francisco visitó Varginha, en el complejo de Manguinhos, en la zona norte de Río. En su llegada, al Papa le colocaron un collar de flores de papel multicolores. Sonriente, saludó y besó a los niños y se dirigió a la pequeña iglesia levantada en la favela, donde bendijo el altar mayor y entregó un cáliz como regalo.

Después caminó por varias calles bajo la lluvia y seguido por cientos de personas y entró en una casa, de cuatro metros por cuatro, donde viven 20 personas, con las que conversó durante unos 15 minutos. Luego, un matrimonio le contó la historia de la favela y que en ella viven personas marginadas y desfavorecidas procedentes de zonas pobres de Brasil que llegaron a Río buscando un futuro mejor.

Tras visitar la favela, el Papa se reunió con 40 jóvenes argentinos que viajaron a Brasil, ante los que denunció que la civilización mundial ‘se ha pasado de rosca‘ y que es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que está excluyendo a los dos polos de la vida de los pueblos: los ancianos y los jóvenes.