Con alrededor de 60 millones de muertos y una tecnología armamentística sin precedentes, la II Guerra Mundial permanece como el conflicto más devastador de la Historia, en el que ambos bandos cometieron hitos de la atrocidad humana como el Holocausto o el lanzamiento de la bomba atómica.

Los resultados superaron la expectativas hasta casi llegar a la autodestrucción, y el propio premier británico, Winston Churchill acabaría escribiendo en su libro "Segunda Guerra Mundial" sobre la decisión de ejecutar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki: "Todos estuvimos de acuerdo de forma unánime, automática e incuestionable. Ni siquiera escuché la menor sugerencia de que debiéramos hacer otra cosa".

Así resumía la instrumentalización de la técnica, que había sido apuntada por los filósofos de la Escuela de Fráncfort y cristalizada con escalofriante eficiencia en los campos de concentración nazis. "Una muerte es una tragedia, millones es una estadística", sentenciaba por su parte el premier ruso, Josef Stalin.

El exterminio sistematizado de 12 millones de personas (la mitad de ellos judíos) y la bomba atómica siguen siendo las atrocidades más significativas del conflicto, pero no las únicas ocurridas entre el 1 de septiembre de 1939 y el 9 de septiembre de 1945.

Desde la invasión alemana de Polonia el 1 de setiembre de 1939 que fue el detonante de la II Guerra Mundial, la rendición formal de las tropas japonesas en China, alfa y omega del conflicto, se produjeron otras batallas cruentas, desde Stalingrado (Rusia) hasta Dunkerque (Francia) y Guadalcanal (Islas Salomón), así como bombardeos tan famosos como los de Dresde (Alemania) y Pearl Harbor (EEUU).

Más de setenta fueron los países implicados agrupados en dos frentes: el Aliado, capitaneado por EEUU, Francia, Reino Unido y Rusia, y el Eje, con Alemania, Italia -que luego cambió de bando- y Japón como banderas protagonistas. Todo ello traducido en innumerables cicatrices históricas que, a día de hoy, siguen supurando.

El fracaso entonces de la Sociedad de Naciones alumbró -y ensombreció- a su heredera, las Naciones Unidas; el Plan Marshall de recuperación de una Europa derruida se convirtió en pieza fundamental para la hegemonía económica estadounidense, y la creación del Estado de Israel en 1948 se traduce en uno de los principales focos de conflicto en el mundo actual.

Que en 1945 Stalin optara al premio Nobel de la Paz por "sus esfuerzos para terminar la guerra y las bombas atómicas fueran consideradas un acto de liberación sólo criticado por una minoría de intelectuales, entre ellos Albert Camus, son datos que revelan el poder de la perspectiva.

"Pensé de inmediato que el pueblo japonés, cuyo valor siempre admiré, podía encontrar en la aparición de un arma casi sobrenatural como ésta (la bomba atómica) una excusa que salvaría su honor y los eximiría de su obligación de hacerse matar hasta el último hombre. Además, así no necesitaríamos a los rusos", argumentaba Churchill.

Por otro lado, sigue permaneciendo una crítica hacia la comunidad internacional que ya se hizo en su momento: la de hacer oídos sordos ante los primeros pasos de expansión nazi por su "utilidad" como freno para la pujanza comunista.

Según la página online del Museo del Holocausto de EEUU, entre 1939 y 1945, por lo menos 1.5 millones de polacos fueron enviados a Alemania para trabajos forzados, de los cuales centenares de miles fueron llevados como prisioneros a campos de concentración.

Se estima que los alemanes mataron 1.9 millones de civiles polacos durante la contienda, cifra a la que se suman unos tres millones de judíos polacos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial, según la misma fuente.