El papa Benedicto XVI mostró ayer su lado más humano y emotivo ante una multitud que se acercó a la Plaza de San Pedro para despedir al pontífice en su última audiencia general, un día antes de hacer efectiva su renuncia a la silla de Pedro.
Ante el pórtico de la imponente Basílica de San Pedro, los purpurados, sentados en sillas y de cara a la plaza, aguardaban la llegada del pontífice, de 86 años, mientras una muchedumbre agitaba banderas de todas las partes del mundo y coreaban ‘Benedicto, Benedicto‘ en la plaza períptera proyectada por Gian Lorenzo Bernini entre 1656 y 1667.
Otros prefirieron rezar el rosario, en suave murmullo, a la espera del Papa. El sol, que acompañó a Benedicto XVI en todas sus apariciones publicas desde que el 11 de febrero anunciara que el 28 abandonaba el Pontificado, a pesar de mal tiempo que arrecia Italia, tampoco faltó ayer a su cita aportando una calidez y una luz límpida.
Cuando el Papa, abrigo y solideo blanco impoluto, apareció a bordo del papamóvil, la ovación fue tan general que hasta las palomas y gaviotas que revoloteaban sobre la explanada cambiaron el rumbo de su vuelo.
Benedicto XVI recorrió a bordo del papamóvil junto a su secretario particular, Georg Ganswein, la gran explanada para acercarse más a los fieles y peregrinos que trataban de inmortalizar con sus cámaras el momento, ciertamente histórico, y con una parada puntual para levantar a un recién nacido y bendecirlo.
Después, la alocución del Papa alemán, tan íntima, tan cercana, tan confiada con los allí congregados sumió a los peregrinos en un profundo silencio, roto de vez en cuando por fuertes aplausos ante las sinceras y sencillas palabras pronunciadas con voz trémula por Benedicto XVI.
‘No abandono la Cruz‘, dijo y fue largamente aplaudido por casi todos, cada vez más emocionados, mientras el Papa sin inmutarse aseguraba que ‘la Iglesia está viva‘. A medida que el Papa avanzaba en su discurso sobre el proceso de su renuncia el silencio se tornaba en clara conmoción de los allí presentes.
‘He dado este paso conociendo su profunda gravedad y novedad, pero con un ánimo sereno‘, afirmó y habló de la barca de Pedro que sólo el Señor la conduce.
Al finalizar su discurso, los fieles aclamaron, aplaudieron, nombraron, ovacionaron al Papa durante largos minutos, y muchos lloraban. Poco a poco la plaza se fue despejando a la espera de que hoy Benedicto XVI salga del helipuerto del Vaticano a bordo de un helicóptero.

