Dilma Rousseff, que asumió su primer mandato presidencial en 2011, recibió un país con un crecimiento del 7,5 por ciento, un desempleo del 5,7 por ciento y programas sociales que ayudaron a revalidar el triunfo del Partido de los Trabajadores (PT) y fueron reconocidos internacionalmente, como el ‘Bolsa Familia‘, que beneficia a unas 13,8 millones de familias.

La ‘luna de miel‘ del Gobierno con la sociedad duró poco. Los números dejaron de cuadrarles a los brasileños y aumentó el malestar social. En 2013 el descontento se plasmó en movilizaciones contra la subida de las tarifas de transportes.

El impacto de la crisis internacional y de la caída de los precios del petróleo y las comodities complicaron las cuentas de la presidenta. El país había cambiado mucho al final de su primer mandato y Dilma Rousseff -foto- logró una reelección ajustada, en octubre de 2014. Ese año, la caída de los indicadores macroeconómicos derivó en déficit presupuestario por primera vez en una década.

Un año después, Brasil registró una inflación récord -10,67 por ciento-, la más alta en 13 años. La economía tuvo su peor desempeño en un cuarto de siglo, con una caída del 3,8 por ciento. El desempleo trepó hasta rozar el 11 por ciento, el mayor de la historia del país.

Todos los caminos apuntan a la vuelta del rigor. Metas de inflación que sí se cumplen, tasas de interés altas y superávit fiscal fueron parte de la probada receta de éxito del Presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y mantenidas por Lula da Silva en su primer gobierno (2003-2006). Pero quizás lo más difícil sea desmontar lo que el mismo Cardoso bautizó como ‘la nueva matriz económica‘ del izquierdista PT, que ‘no es más que hacer creer que la preocupación por las cuentas públicas es una política de derecha‘. Y las bicicletas fiscales, por las cuales hoy se quiere juzgar a Dilma, fueron parte esencial de eso.