La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha sido vista en público tan pocas veces desde que asumió el 1 de enero, que algunos diplomáticos occidentales la llaman "Willy Wonka", en referencia al reclusivo excéntrico de la novela "Charlie y la Fábrica de Chocolate".

Asesores de Rousseff aseguran que el bajo perfil que ha adoptado es una decisión consciente, que apunta a proyectar una imagen de silenciosa diligencia y austeridad en momentos en que realiza dolorosos recortes presupuestarios para asegurar que la economía del país continúe su período de éxito.

Ese estilo contrasta con el de su carismático predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva. El cambio ha sido bien recibido por muchos brasileños de las clases media y más altas, que inicialmente eran escépticos pero que ahora ven en ella a una representante más madura y refinada de Brasil en el escenario global.

Los pocos que se han reunido con Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), dicen que están impresionados por su ética de trabajo y atención a los detalles. También ha mostrado una inesperada capacidad para encantar a sus adversarios y escépticos, incluyendo a líderes sindicales disgustados con sus políticas de reducción de gastos.

Pero Rousseff corre el riesgo de ser vista como distante e incluso sus asesores admiten que debe volverse más accesible para construir un lazo con el público que generalmente gusta de ella, pero que no la ama.

La preocupación es que ante la expectativa de que la economía brasileña se desacelere este año y la alta inflación afecte los salarios, ella pueda perder rápidamente el apoyo de su base de clase trabajadora.

"Sin apoyo popular, la menor crisis podría convertirse en un desastre", afirmó el analista político José Luciano Días a la agencia de noticias Reuters. A algunos les preocupa que la reclusión de Rousseff no sea una táctica, sino una señal de una líder sin experiencia que nunca antes ha ejercido un cargo de elección popular.

Desde que Lula escogió a su ex jefa de Gabinete para ser la candidata presidencial oficialista para las elecciones del año pasado, se hizo claro que Rousseff necesitaría forjar una identidad propia menos vistosa. Lula viajó por el mundo y embelesó a auditorios con su encanto popular y denuncias de elites económicas globales, incluyendo su famoso comentario de que "tipos blancos y de ojos azules" causaron la crisis económica de 2008 y 2009.

Lula acabó sus dos mandatos como el presidente más popular en la historia de Brasil. En contraste, Rousseff ha dado sólo una rueda de prensa desde que asumió. Su única aparición pública de alto perfil fue en enero, cuando visitó el estado de Río de Janeiro luego de que graves inundaciones en la zona acabaron con la vida de más de 800 personas, e incluso entonces, se reunió con las víctimas sólo por breves momentos y ofreció apoyo limitado. La mandataria ha optado por encerrarse en su oficina y hacer honor a su reputación de estricta micro administradora.

Hay señales claras de que su estilo tendrá que evolucionar si quiere mantener felices a sus bases de apoyo. Varios legisladores en su coalición están descontentos por ser marginados del Gobierno y están considerando emitir un voto de protesta al decidir el salario mínimo en el Congreso.

Algunos líderes empresariales, que buscan medidas urgentes para contener la valorización de la moneda, que afecta su capacidad para competir, se quejan en privado de que Rousseff los está ignorando. Incluso Lula, que se ha mantenido fuera de los medios desde que dejó la presidencia, envió un velado mensaje a Rousseff. "Cuando las cosas están mal, necesitas salir a la calle", dijo el ex mandatario.