En una catástrofe como la de los últimos días en Río de Janeiro, que destruyó barrios enteros, cegó al menos 730 vidas y dejó sin casa a 6.050 personas, las tareas de rescate no habrían sido posibles sin cientos de voluntarios que olvidaron sus propias tragedias para ayudar a los otros.

Las peticiones de ayuda hechas desde las ciudades de la región serrana del Estado brasileño de Río de Janeiro, castigadas la semana pasada por inundaciones y deslizamientos de tierras que sepultaron cientos de viviendas, fueron rápidamente atendidas por centenas de voluntarios que, incluso tras perder a sus parientes, abandonaron sus trabajos y familias para ayudar en los rescates.

Una semana después de los deslizamientos que desfiguraron esta región, cientos de voluntarios trabajan en las tareas de búsqueda de los cerca de 200 desaparecidos, atención de heridos, distribución de alimentos y donaciones y, principalmente, en la limpieza de ciudades cubiertas por el lodo. Pese a que en las tareas de rescate participan unos 1.500 miembros del Cuerpo de Bomberos y 1.000 de las Fuerzas Armadas, su trabajo no sería posible sin voluntarios que conocen la región, las sendas que fueron borradas por los deslizamientos y las áreas que aún permanecen aisladas.

En medio de numerosas historias dramáticas, algunas impresionan, como la de Leandro da Silva Machado, de 38 años y quien vivía en un barrio de la ciudad de Nueva Friburgo que prácticamente desapareció bajo toneladas de tierra y barro.

El temporal, de la semana pasada, destruyó su casa y provocó la muerte de su esposa, hijo, tíos y primos.

Machado apenas sobrevivió porque esa semana estaba trabajando en el centro de la ciudad. El jueves, dos días después de la tragedia, logró regresar a donde estaba su casa y descubrió que toda su familia había muerto sepultada.

"Perdí mi familia, pero sé que otros necesitan ayuda. En este momento no podemos pensar en el sufrimiento de cada uno. Lo que importa es la humanidad y la sensibilidad de las personas", explicó a Efe Machado, voluntario en el Cuerpo de Bomberos de Nueva Friburgo.

El voluntario aprovecha el conocimiento que tiene de la zona y sobrevuela la región con equipos de rescate para ayudar a localizar desde lo alto las áreas que, una semana después de la tragedia, aún permanecen aisladas por los deslizamientos.

Como perdió su casa Machado vive provisionalmente en la sede del Cuerpo de Bomberos, pero en breve ocupará una habitación cedida por una familia que quiere retribuirlo por su desprendimiento.

Historias como la suya se repiten en todas las esquinas de esta ciudad castigada por la fuerza de las aguas y muestran que la solidaridad es la palabra de orden en medio del dolor.

Leuciane Fagundes, de 21 años, no perdió a nadie de su familia pero teme por su madre, que vive en un área considerada de riesgo.

Esta joven relata que decidió presentarse como voluntaria al escuchar una solicitud de ayuda en la radio y que optó por faltar al trabajo en una confección de ropas para poder cooperar con la Alcaldía y la Defensa Civil.

En una semana ya ayudó en el rescate de varias víctimas y en la organización de donaciones, esfuerzo no remunerado que, afirma, valen la pena.

"Es más gratificante escuchar el agradecimiento de un niño o de un anciano. Eso motiva bastante", asegura Fagundes, quien se dice dispuesta a hacer todo lo posible para ayudar a otras familias.

Según la Defensa Civil, pese a que la falta de luz impidió la redacción de un listado de los voluntarios que se presentaron en Nueva Friburgo, al menos mil personas están ayudando en las tareas de rescate, atención médica y distribución de alimentos y productos donados.