El primer "salto" de un hombre en la Luna, ocurrido cuando el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó la superficie lunar el 20 de julio de 1969 consagró lo supremo de la exploración humana al conquistar por primera vez un territorio que no era la Tierra.

"Este es un pequeño paso para un hombre pero un salto gigantesco para la humanidad". Aquel día, la frase de Armstrong se sobrepuso al ruido de las interferencias y se escuchó para la posteridad en el centro de comando de Houston. Pero ¿cómo estaba el mundo por ese entonces?

Mientras unos 500 millones de personas, la quinta parte de la humanidad, esperaban ver en vivo la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, tropas americanas comenzaban a abandonar Vietnam, George Pompidou era elegido presidente de Francia y en Argentina asesinaban el sindicalista Augusto Vandor. Aquel domingo, la transmisión por TV tuvo menos público que los funerales de Michael Jackson o de Lady Di, debido a que en 1969 no muchos tenían televisor. Pero miles de millones más siguieron las alternativas por la radio y ese fue el evento con mayor sintonía de la historia.

A pesar de la precariedad, se tenía sin embargo la sensación de estar viviendo una era súper moderna, donde el desprejuicio prevalecía: la píldora había decretado el sexo libre y John Lennon y Yoko Ono acababan de protagonizar su famoso "bed-in" (encamada) en el Hotel Queen Elizabeth de Montreal, para publicitar el lanzamiento de "Give Peace a Chance", un himno de paz.

Mientras Francia elegía presidente a George Pompidou y Richard Nixon anunciaba el retiro de 25.000 soldados de Vietnam, un nuevo movimiento de jóvenes melenudos y sucios, llamados hippies, surgía en San Francisco: se juntaban a cantar contra el "sistema", a denostar el estilo burgués, a fumar cannabis y a exigir el fin de la guerra.

El accidente automovilístico de Edward Kennedy, quien el 18 de julio cayó de un puente cuando volvía de una fiesta con algunas copas de más, compartió la tapa de los diarios con el anuncio de la televisación mundial del alunizaje: se criticaba que el senador se hubiera salvado sin intentar rescatar a su acompañante, Mary Jo Kopechne, quien murió ahogada.

En Argentina los titulares continuaban ocupándose del asesinato del líder de la Unión Obrera Metalúrgica, Augusto Timoteo Vandor: lo habían acribillado a balazos el 30 de junio, al mediodía, justo cuando en la Rosada el dictador Juan Carlos Onganía recibía al banquero Nelson Rockefeller, haciendo oídos sordos al reciente Cordobazo del 29 de mayo que, junto al posterior secuestro de Pedro Eugenio Aramburu, decretaría su caída.

Dirigentes obreros cordobeses como Agustín Tosco y René Salamanca habían sido detenidos y se había prohibido el comunismo por decreto.

Curiosamente, en las universidades y los colegios, los estudiantes impregnados por el Mayo Francés del 68 despotricaban contra Estados Unidos por gastar plata en la carrera espacial en vez de solucionar el hambre africano, sin querer ver que la URSS hacía lo mismo. De una forma o de otra, se vivía en la Luna.

En 1969 surgieron los zapatos con plataforma, se usaba el pelo lacio, hacían furor los jeans pata de elefante y las polleras combinadas con el tapado, pero la minifalda, que bregaba por no morir, seguía en lucha contra la nueva tendencia: larga, estilo hindú.

Susana Giménez acababa de saltar a la fama con el comercial del jabón "Cadum" donde exclamaba "Shock", Gustavo Santoalla -ganador de un Oscar por la música del filme "Secreto en la Montaña" y de otro por "Babel"- era por entonces un hippie barbudo que mezclaba folklore y rock junto a Arco Iris. La Balsa, de Los Gatos, era el himno. Y también como hoy, Estudiantes de La Plata era el campeón de la Copa Libertadores.

Se veían pocas motos porque se preferían las motonetas: Vespa y Siambretta eran las elegidas. Sólo los muy ricos conducían un Torino, un Ford Mustang o un Chevrolet Corvette. Los funcionarios se desplazaban en Rambler Classic. Y recién aparecían en Argentina el Chevy, el Citroën 3CV y el Peugeot 504.

Fue en tal contexto que muchos argentinos buscaron ubicación ante algún televisor, propio o ajeno, para ver aquella noche a las 22.56, hora local, cómo el hombre llegaba a la Luna. Por entonces, muchos pensaban que la URSS ganaría la carrera espacial: lo del Sputnik II y la perra Laika estaban aún frescos en la memoria colectiva.