Tiene 34 años, se convirtió al judaísmo para casarse, dejó su carrera exitosa como modelo para emprender otra más exitosa aún como empresaria, y ahora está en el ojo del ciclón político de Estados Unidos. Ivanka Trump, la hija dilecta del recientemente proclamado candidato a presidente por el Partido Republicano, ganó un acelerado protagonismo en la campaña de su padre Donald Trump, a punto tal que se encargó anoche de presentarlo en los momentos previos al discurso de cierre de la convención del partido, algo reservado sólo para figuras de primera línea en la arena política.
Ivanka ya demostró con creces que no es sólo una cara bonita. Se echó al hombro buena parte de la campaña y hasta tuvo que salir a calmar al electorado y la opinión pública tras varios derrapes de Trump padre. Como cuando el candidato acusó a una periodista de que le salía ‘sangre por todos lados’, lo que fue interpretado como una doble referencia a su temperamento y a la menstruación. Al comentario y a su autor los tildaron de sexistas y fue Ivanka quien debió poner paños fríos, con la sagacidad propia de un asesor de campaña.
Esa fue una de las movidas más astutas de Ivanka, quien ahora tiene por delante la difícil tarea de traccionar votos femeninos hacia su padre. Mientras Trump aún es visto como un intransigente con ribetes de misoginia, los sondeos indican que no más del 34% del electorado femenino le daría su apoyo en las urnas. La imagen de la heredera sale al ruedo como el contrapeso: seria, madre y esposa ejemplar, sobria, dedicada y prolija, le pone a la campaña la impronta de moderación de la que el propio Donald carece. Y se encarga de pasteurizar lo suficiente el discurso de su heterogénea familia, algo que quedó en evidencia en la presentación de las últimas horas.
Anoche la joven empresaria se robó las fotos de los medios internacionales de comunicación desde que empezó a hacer las pruebas de sonido en el coqueto salón donde cerraba la convención republicana. Más tarde, radiante, se puso frente al micrófono y presentó al candidato. Esa tarea no es un mero protocolo. Es un simbolismo muy fuerte en el partido, ya que se le encomienda sólo a alguien que se ubica, real y figurativamente, codo a codo con el hombre que aspira a conducir a todos los norteamericanos.

