Miles de fieles se congregaron en la Plaza San Pedro para rezar por “el eterno descanso” del papa Francisco, que falleció este lunes, a los 88 años, como consecuencia de un derrame cerebral.
Qué es el embalsamiento moderno
El embalsamamiento moderno se basa en sustituir la sangre del cuerpo por una solución química que preserva los tejidos. Esta técnica implica introducir una mezcla compuesta por agua, alcohol, colorantes y formaldehído a través de las venas del cuello. El objetivo es desinfectar el cuerpo desde el interior, eliminar las bacterias y retrasar la descomposición natural, funcionando como una especie de transfusión a la inversa.
Antes del avance de estos métodos científicos, se usaban procedimientos más primitivos. Hasta inicios del siglo XX, era común extraer los órganos internos y recurrir a sustancias como aceites, hierbas o incluso lejía para conservar los cuerpos. Estos recursos, sin embargo, no ofrecían una protección duradera, y a menudo se aplicaban medidas adicionales como rellenar cavidades con cera, algodón o plantas para controlar la pérdida de fluidos.
Un punto de inflexión en esta práctica ocurrió con la muerte del Papa Pío X en 1914. Él fue el primer líder de la Iglesia en recibir un embalsamamiento con técnicas modernas, lo que sentó un precedente para el tratamiento de los restos papales. Esta decisión marcó un giro en las costumbres del Vaticano, alejándose de los métodos más antiguos y ceremoniales en favor de procedimientos médicos más eficaces.
En el caso del Papa Francisco, su cuerpo ha sido dispuesto de forma más sobria. Fue colocado directamente en un ataúd de madera forrado con zinc, que permanecerá abierto durante la exposición. Esto representa una diferencia importante respecto a prácticas anteriores, cuando se utilizaban estructuras como catafalcos para la presentación pública del cuerpo.
También se ha optado por abandonar ciertos símbolos tradicionales, como el báculo papal, que no estará presente durante la exposición. Asimismo, se decidió prescindir del uso de los tres ataúdes habituales —uno de ciprés, otro de plomo y un tercero de madera dura—, simplificando así el ritual funerario en consonancia con los cambios introducidos por el propio Francisco en el protocolo papal.