Hace 30 años Argentina dejaba atrás la dictadura militar para ingresar a la tan ansiada "Democracia". La pregunta que surge en este contexto es si los tan mentados valores de igualdad, respeto por el disenso, participación de las mayorías, entre otros, se pusieron en vigencia o sólo se hacen algunos esfuerzos para que así sea. Especialistas en análisis social y político opinan desde diferentes perspectivas qué es lo que se ha logrado construir, qué es lo que falta por hacer, y hasta hablan de una "nueva democracia". Todos coinciden en la necesidad de no definirla sólo por un mero acto eleccionario ya que se debe luchar por la participación en la cosa pública, la recuperación de la credibilidad, la formación de partidos políticos con contenido y programas posibles de ejecutar, la renovación de cúpulas partidarias y la profundización en las políticas de los derechos de las personas.
Claro que los cambios no sólo ocurren desde lo discursivo, tanto a nivel filosófico, político, económico y social, sino también desde las construcciones palpables vinculados a la sociedad, como los niveles de desempleo, analfabetismo, viviendas, educación, que hacen posible una mejor calidad de vida para los habitantes del país. Así es que aquí también se incluyen datos estadísticos del San Juan en los comienzos de los ’80 y la estricta actualidad que permiten hacer una lectura de estas tres décadas continuadas de vida "democrática", una cifra escasa comparada con países que viven en este régimen desde hace más de dos siglos.
Metamorfosis hacia la "mercadocracia"
Por Alicia Naveda, Lic. en Sociología y Dra. en Ciencias Sociales
A 30 años de democracia en Argentina, es pertinente cuestionarnos acerca de las fortalezas y debilidades de este régimen político que supimos construir. El proceso de crecimiento de la economía argentina desde 2003 debe ser interpelado por sus efectos en la calidad de vida de las mayorías y por la calidad de la democracia que promueve. En América latina a comienzos del siglo XXI se observa la persistencia de profundas desigualdades sociales, a pesar del importante crecimiento económico que tuvo lugar durante regímenes democráticos. Aunque los gobiernos democráticos de la región han aplicado una serie de políticas compensatorias para aliviar a los sectores con menores recursos materiales, los resultados parecen ser completamente insuficientes. Nuestras sociedades siguen siendo las más desiguales del planeta. ¿Es posible una democracia real desde tanta desigualdad?
La idea de Democracia sugiere un natural apego a un valor humano difícilmente cuestionable, ya que en su definición conlleva la noción de gobernar para las mayorías, en beneficio de muchos y no de pocos. La democracia como régimen de gobierno está asociada (en el generalizado sentido común) con las ideas de "igualdad", "participación de mayorías", "respeto por el disenso", "buena forma de gobierno".
Sin embargo, la calidad de la democracia no puede ser analizada sin considerar su estrecha vinculación con la estructura de producción de la sociedad a la que pertenece. En el mundo globalizado esto implica reconocer la actual fase de expansión de las corporaciones transnacionales, que imponen su lógica de funcionamiento y condicionan la agenda de los gobiernos democráticos. Las democracias en el capitalismo están cada vez más lejos de los valores que la sustentaron en su origen, y más cercanas a jugar un rol de vital importancia para el mantenimiento de las condiciones favorables a las grandes corporaciones transnacionales y al control de quienes se opongan.
La democracia se celebró en Latinoamérica como un logro de luchas populares, luego de sangrientos regímenes dictatoriales. Aunque el encanto de la romántica igualdad y participación democrática conseguida, tropezara estrepitosa y rápidamente contra el neoliberalismo y sus devastadoras consecuencias. La democracia sufrió una metamorfosis hacia la "mercadocracia". El uso conveniente del concepto de democracia ha contribuido a mantener y legitimar el rumbo económico en nuestras sociedades, despojando a la democracia de los valores sustantivos. El capital, enfrentado a la amenaza democrática, ha logrado apropiarse de ella y convertirla en otro instrumento favorable a sus intereses particulares.
Es decir, se convirtió a la democracia en un procedimiento formal, que no implica redistribución de la riqueza generada o del poder, en la que la participación se restringe a un ciudadano pasivo que emite un voto, luego de intensas campañas mediáticas.
La "nueva democracia" fue redefinida en su significado, poniendo ahora el centro de atención en la garantía de los derechos civiles de un individuo que ante todo es ciudadano portador de derechos que son garantizados desde el Estado. Por tanto, no tiene la necesidad de intervenir en la esfera política más que para, circunstancialmente, emitir su voto. La concepción de ciudadano pasivo y despolitizado garantiza así, que el capital pueda sumar alguna veta democrática sin mayores riesgos para la continuidad del sistema.
En este sentido, Atilio Boron sostiene que el principal enemigo de las democracias latinoamericanas no es, como se indicaría desde Washington, el populismo el socialismo sino el propio capitalismo que ha debilitado el impulso democrático tanto en el norte desarrollado como en la periferia tercermundista" (Boron, 2007), sin duda contrario a la democratización de la sociedad, sin embargo, la instalación de las ideas de igualdad y solidaridad, como cuestiones centrales de las relaciones sociales son categorías recurrentes en los discursos políticos y fundamentos de programas de gobierno.
Poner en discusión los capitalismos democráticos, enfatizando la calidad de la democracia practicada en América latina, parece ser ineludible hoy. Representa un gran desafío para nuestra América y para quienes nos encontramos bogando por transformar la democracia procedimental en democracia sustantiva y porque nuestros gobernantes establezcan límites al capital transnacional y su frenética búsqueda de ganancia por todo el orbe.
"No es sólo un acto eleccionario"
Por Aníbal Gutiérrez, Lic. en Ciencias Políticas
Los procesos electorales han sido muy importantes en estos 30 años de democracia, pero hay que analizar este tiempo como un proceso para advertir donde están los avances y los retrocesos de esa construcción democrática.
En la democracia hay que ver como le damos contenido a la relación del binomio igualdad y libertad, ya que en la medida que los procesos democráticos van avanzado y afianzándose en la realización de la igualdad van a ir generando conflictos, y para resolver esos problemas hay que necesariamente acumular poder. En ese punto hay que preguntarse para qué se quiere el poder.
El gran cambio en estos 30 años en materia cualitativa se produjo en la última década. El resto fue una lucha de procesos electorales donde otros aspectos se vieron profundamente debilitados. Tal es el caso de Alfonsín. En ese momento los grupos hegemónicos y corporativos como el de la CGT no pudieron entender el momento histórico que planteaba el presidente, quien a mi juicio fue un gran demócrata pero no acumuló el poder suficiente para llevar adelante procesos de calidad democrática. Además no pudo hacerlo como consecuencia de la cantidad de intereses que estaban en juego, debido a la convivencia de viejas culturas autoritarias con otras democráticas. El momento de Alfonsín que se planteaba como de transición fue ampliamente superado, pero también hay que ver que la democracia es un proceso variable y tiene valores que son absolutamente subjetivos, es inevitable la variabilidad y la dinámica de ese proceso. Siempre es incompleto, está en permanente construcción con un horizonte ampliamente abierto, y eso es esperanzador para avanzar en
en las libertades y los derechos. El gran aporte de Cristina es haberle dado contenido a las demandas diferenciadas y eso ha generado un profundo conflicto.
El proceso neoliberal en la Argentina en la década de los 90 fue un proceso de regresión de la construcción democrática que pagó fuertes consecuencias como una despolitización de la sociedad; generó partidos vaciados de contenidos ideológicos y se fue instalando una fuerte personalización en estas agrupaciones que se muestran a través del marketing. Eso es terrible para la construcción de la cultura política.
Precisamente la falta de esta cultura es una gran deficiencia por lo que debemos trabajar de una manera decidida porque a mi juicio ha generado graves problemas. Esta se afianza sobre tres elementos: cognoscitivo, afectivo y valorativo. El primero es el conocimiento que se tiene sobre el escenario político, sus propuestas, y por supuesto, que cuando esto es bajo no es bueno porque no se discuten propuestas o programas sino que se centra en la imagen de los candidatos. El otro es el afectivo que es advertir que ese conjunto de ideas, de debates, de partidos, de liderazgos, sirven. El valorativo, es pensar que se vota a tal o cual candidato por su valor, pero actualmente estos tres elementos se han caído.
El proceso de 30 años de democracia no ha tenido una consolidación creciente sino que ha tenido profundos retrocesos. Los primeros años de la democracia nos debatíamos entre autoritarios y las nuevas adquisiciones como consecuencia de los procesos democráticos. Hay muchos ejemplos para dar tanto a nivel nacional como local sobre las regresiones que hemos tenido en la época menemista.
La consecuencia de todo esto es la apatía y el desencanto, y esto es peligroso para el proceso político. La apatía se mide generalmente en los grupos jóvenes y el desencanto en los adultos. Nos hemos ido desencantando en este tiempo aunque conocemos sobre el funcionamiento de la política, pero a los jóvenes prácticamente no les interesa. Para ello hay que trabajar en lo que llamo construcción de ciudadanía. Es decir con políticas públicas que resuelvan este gran déficit.
Recién ahora se están generando espacios abiertos para su inserción y estamos viviendo un proceso igualitario, plural y multiforme. El reto es enseñar eficazmente a ser ciudadanos en un Estado plural, hacer posible la participación activa y efectiva de los ciudadanos.
"Todavía falta para que sea una forma de vivir en la pluralidad"
Por Marta Navarro / Lic. en Ciencias Políticas y Sociales y Mag. en Derechos Humanos en el Mundo Contemporáneo.
El primer aspecto a resaltar en estos 30 años de democracia es la valoración de la ciudadanía como régimen de gobierno, como procedimiento de elección de quienes nos han de representar. Valoración estrechamente relacionada con la experiencia, las vivencias y el recuerdo doloroso del pasado dictatorial. Es un consenso relativamente inédito ya que recién, por primera vez en nuestra historia política, llevamos 30 años consecutivos de gobiernos democráticos con avances y retrocesos, con crisis y sobresaltos pero de los se ha podido salir sin apelar a golpes de Estado que habían sido naturalizados por la sociedad como forma de resolución de la conflictividad. Hoy se puede sostener que la democracia en tanto gobierno del pueblo, principio de la mayoría y sus principales instituciones (partidos políticos, sufragio y elecciones limpias) constituyen no sólo valores sino también realidades efectivas.
Falta avanzar en una democracia que supere lo meramente procedimental, un mecanismo de elección para dar lugar a un "ethos” (costumbre, fundamento) democrático, a una forma de vivir y convivir marcada por la aceptación de la pluralidad, de la diversidad, del disenso.
Se está lejos de ello, como aún se está en proceso de avanzar hacia una democracia de ciudadanos comprometidos con lo público, con lo que es común a todos. Pero no vale la mera invocación retórica a participar, pues la apatía o el persistente refugio en lo privado requiere preguntarnos ¿por qué?: ¿Hay en ello sólo indiferencia o una actitud egoísta? O será que la participación política requiere disposición voluntaria pero también recursos materiales y culturales. ¿Cómo se ejerce y se distribuye el poder en Argentina? Todo esto nos lleva a constatar una tendencia a la concentración del poder, a la preeminencia de liderazgos personalistas, donde se toman decisiones unilaterales y como contrapartida se está en presencia de poderes legislativos anulados, cooptados o subordinados a los ejecutivos. Democracias delegativas en las que sea quien sea el que gane la elección tiene el derecho a gobernar como considere apropiado. Democracias, tanto la nacional como las provinciales, sin sistema de contralores, de pesos y contrapesos. Una peligrosa combinación de gobiernos fuertes y ciudadanías débiles. Democracias de votantes y no de ciudadanos. De partidos políticos y sistemas de partidos en profunda crisis, carentes de renovación de cúpulas, sometidos a pujas y divisiones internas y con escaso compromiso programático-ideológico, que no concitan sentimientos de pertenencia o identificación, con dirigencias más interesadas en su propio bienestar que en el general. Con oposiciones débiles. Por todo eso, hace falta transformaciones para mejorar la calidad institucional de nuestras democracias.
Es valioso reconocer como otro aspecto las políticas activas en materia de Derechos Humanos, especialmente las referidas al derecho a la vida y la identidad que fueron conculcados durante la dictadura. Políticas que han estado signadas también por avances y retrocesos, pero en las que ha cobrado conciencia que el derecho a la verdad, la memoria y la justicia son derechos colectivos, de las víctimas y de la sociedad toda. Se ha avanzado en poner fin a la impunidad (castigando a los autores y responsables de los delitos del Estado terrorista) pero nos falta poder comprender que los derechos humanos deben ser concebidos y encarados como una política universal e integral fundamental para la dignidad y el desarrollo pleno de las personas.
Un tercer aspecto es la dimensión económica de la democracia, la que supone igualdad no sólo jurídica sino de oportunidades. En estos 30 años de democracia se ha avanzado en la recuperación tanto de la política como del rol del Estado en relación al diseño y ejecución de políticas públicas destinadas a mejorar la calidad de vida de la gente, políticas sociales activas como la asignación universal por hijo o la extensión del derecho a la jubilación, entre otras, que han tendido a morigerar las tradicionales políticas clientelares que implican siempre una relación de dominación / subordinación entre el que da y el que recibe. Pero también nos queda mucho por hacer ya que no hay democracia sin un proceso claro de inclusión social y de redistribución de la riqueza. Nos queda pendiente una reforma que modifique el carácter regresivo del sistema impositivo y un modelo de desarrollo que respete una relación armónica entre el hombre y la naturaleza.
Desafíos que conlleven a una democratización del poder, la riqueza y la cultura, para que la misma pueda ser entendida como forma de buen vivir.
