El aire pega fuerte en la cara cuando el carro alcanza la velocidad máxima: 60 km/h. Sentado a sólo 25 cm del suelo, sin cinturón ni sostén en los pies y sin frenos, se siente el contacto con el ambiente inmenso y desolado de la Pampa de El Leoncito, que termina hacia el Oeste en la inmensidad de la montaña. Todo se ve tan circular, tan extraño, que el paisaje brinda la sensación de estar en una enorme burbuja, a pesar de permanecer completamente al aire libre. Así se vive el paseo en carro a vela, en Calingasta, viaje que pueden disfrutar quienes llegan allí durante estas vacaciones y que DIARIO DE CUYO realizó a bordo.
Al dejar la ruta e ingresar a la Pampa de El Leoncito se ve a lo lejos un punto de colores. Allí están Rogelio Toro, su esposa y los carros con velas zarandeantes gracias al viento que corre sin tregua, todas las tardes. Subir al carro sólo exige el uso de un casco. El visitante se sienta y Rogelio pone el vehículo en sentido perpendicular al viento. La vela se infla y comienza la emoción.
Al principio la sensación es pura adrenalina. Se siente la soltura y los novatos buscan los caños del vehículo para sostenerse. El viento alcanza los 30 km/h y el carro llega a su velocidad máxima, duplicando la de las ráfagas. Alrededor no hay nada más que paisaje. Cuando se está llegando a uno de los extremos de la pampa, que tiene una extensión de poco más de 12 km, es cuando el acompañante se percata de la inexistencia de los frenos. Sin embargo, Don Toro permanece tranquilo, avisa que va a dar el viraje y, sin más, gira el volante. El carro da una vuelta de 360 grados sin bajar la velocidad y llega a generar una especie de grito de montaña rusa. Luego, orondo, el vehículo de tres ruedas continúa su camino.
Después de esa primera experiencia, se puede percibir la seguridad de la actividad y es cuando más se disfruta el extraño craquelado del suelo, el celeste interminable del cielo y la grandeza de la cordillera.
"Ahora, vamos a navegar", dice el avezado conductor, antes de correr la vela y poner el carro a favor de la dirección que lleva el viento. Así, el vehículo se mueve más lento que la corriente. El aire ya no golpea y entonces se puede escuchar a Don Toro que ofrece datos del paisaje que surca desde hace 40 años. De ese modo, termina el recorrido que, a pesar de haber durado sólo un poco más de 5 minutos, deja un sinfín de sensaciones. Y al bajar del carro queda un solo deseo: subir para repetir la experiencia.
