La Creación ha otorgado al hombre facultades precisas y dones especiales para asirse a las alturas impecablemente. El más maravilloso de los regalos que ha recibido la criatura humana es la vida. A esa criatura también, le ha dado el alma para que descubra en su interior la elevada espiritualidad como puente al cielo donde vive el Hacedor. Como un signo invariable de la historia, tarde o temprano, las instituciones sufren el deterioro que les inflige el tiempo en su largo trajinar, y las comunidades, a veces enaltecidas, pierden su elevada jerarquía. En esa estampa vívida, la sociedad se degrada y cae. El hombre, ante la lóbrega y fatalista visión, recurre a sus creencias y valores profundos buscando la salvación. En esa degradación, la menos perjudicada, la menos dañada, descanse donde descanse, es la justicia, la institución Justicia.
Como arquetipo de su génesis redentora ante el derrumbe, la primera que sufre el acoso ineludible es la familia, siendo también, la primera en sujetarse de la soga. Además de sus creencias y valores arraigados, la familia busca sostenerse en los valores de justicia, refugio ideal para recuperar las instituciones del Estado. Por ello, el ciudadano aspira a que el juez sea inmaculado. Esta pretensión ciudadana -ausente en el criterio del legislador-, no surge por capricho ya que tiene su asiento en una aspiración lógica que requiere a la justicia irreprochable, porque cuando las instituciones se derrumban suelen recuperarse desde la justicia.
El ejemplo bíblico de Salomón, muestra claramente lo que quiere el Dios cristiano para los hombres que deben administrar justicia. Cuando el joven Salomón, su amado, va a coronarse rey, el ofrecimiento de Dios es elocuente "Pídeme lo que quieras", y éste respondió "Dame un espíritu atento para juzgar bien". Juzgar bien significa gobernar bien y Salomón no quiere defraudar las esperanzas de su pueblo.
Sin embargo, lo importante no es sólo el pedido sino la respuesta de Dios que define la integridad de quién administrará justicia y le dice "Te doy sabiduría; además, te doy lo que no has pedido".
La manera autoritaria desde el poder para designar las personas que ocuparán las altas magistraturas está sucumbiendo en el ejercicio mismo del propio juez porque adolece de las condiciones inherentes a su investidura. El ciudadano, receptor directo y sufriente de los aciertos y desaciertos del poder, aprendió a aceptar las falencias en sus dignos mandatarios, incluso en el predicador, pero no las tolera en el juez a quién quiere cercano a la perfección. En ese marco, cuando la sociedad se expresa respecto de algún magistrado o de algún gobierno, no le importa tanto su eficacia como el que sea justo con todos porque desde esos estrados se administran también los bienes de cada uno de los componentes del cuerpo social. La sociedad siempre les está mirando y les quiere justos en todo su obrar, incluyendo el ejercicio de superintendencia en los recintos donde debe descansar amparada la ley y la justicia. El justo inspira confianza y garantía de sus actos respectos a los ojos de la comunidad.
No en vano, de la profunda inspección, estudio y reflexión sobre la historia, se infiere que en cualquier tiempo de paz, lo primero que se esperaba de un rey es que supiera arbitrar conflictos entre personas, en tiempos donde todos los poderes descansaban en una sola persona.
Sirve para engrandecer el sentido, orientación y significado de la justicia, el ejemplo de Salomón cuando arbitró entre las dos mujeres, ya que inventó una solución que la ley no indicaba y el pueblo entendió que su rey miraba con la misma comprensión de Dios, el que sondea el corazón de todos.
El concepto erróneo para concebir al juez, enraizado en la arbitrariedad del poder de todos los tiempos, le ha negado al hombre la posibilidad de sentir el amparo de la justicia en su verdadera dimensión. Como parte de su lógica y de su naturaleza, y en virtud de quién le ha creado, el hombre no ha cambiado en su aspiración ni en su modo de pretender determinadas cosas que hacen a su misma esencia. Por eso entiende que el juez debe ser el mejor de los hombres. Sabio para juzgar. Sabio para administrar. Sabio y justo en todos los órdenes de su vida.
Un buen técnico jurídico o un legalista conocedor de las leyes puede dirimir en un pleito, en un conflicto, más allá de sus valores morales. Un juez es mucho más que eso. Es juez, además, porque ha sabido cultivar principios y valores que lo invisten de la autoridad necesaria y suficiente para administrar con sabiduría y justicia en su todo jurisdiccional cuando el conflicto se eleva a él clamando. El juez mira a todos los miembros de su comunidad desde lo alto, porque necesita elevarse para asirse al acto justo.
