Pese a estar concentrado en la conversación telefónica, sintió el roce en el bolso deportivo que colgaba de su hombro. Fue un acto reflejo. Volteó y sorprendió a un niño de unos 8 años de edad, a escasos centímetros de distancia en esa parada de colectivos de avenida Libertador. Sus miradas se encontraron. La del adulto perplejo ante la situación de robo frustrado y la del infante aprendiz de punguista. Quedó todo dicho sin necesidad de hablar.
Aún así, por esos recovecos que tiene la mente, el sujeto del bolso optó por el beneficio de la duda, a favor del chiquito. Quería creer que todo había sido un malentendido.
Tomó distancia. Se separó tan sólo unos tres metros en la misma parada de ómnibus. Y continuó su charla telefónica tratando de disimular el momento incómodo. Pocos minutos después, volvió a mirar a su alrededor y comprobó lo que hasta entonces se había resistido a creer. El chico había desaparecido. Y, con ese acto, acababa de confirmar lo sucedido: fue un acto delictivo fallido.
Difícilmente haya sido la habilidad del adulto la que impidiera el robo, sino la inexperiencia del chiquito. Porque, más allá de su presumible entrenamiento a cargo de instructores mayores, su escaso tiempo vivido, claramente, le jugó en contra.
Tanto fue así, que no pudo disimular su terror al ser descubierto. No pudo esconder su culpa en ese par de segundos que cruzó la mirada con su víctima. Tal vez, hasta lanzó un mudo pedido de auxilio.
Preso de su inocencia, escondió la manito detrás de la espalda. Esa manito que debiera estar aprendiendo a sostener el lápiz con pulso firme, había tratado de abrir el bolsillo externo del bolso deportivo del sujeto aparentemente distraído. Esa misma manito intentó disimular el movimiento cuando la víctima notó la maniobra. Pero lo hizo torpemente, como cuando un chico busca despistar a su madre para quedarse con la golosina antes del almuerzo. Sin oportunidad de elegir, puesto por la vida en un contexto diferente y cruel, su travesura adquirió una dimensión más grave. No tanto por lo que significó en términos absolutos, sino por lo que puede representar como punto de partida de un camino sin retorno.
El resto son todas conjeturas y preguntas acerca de la historia del chico, de dónde viene, en qué lugar nació cuando muchos argentinos buscaban salir por Ezeiza, quién vela por él, si sabe escribir su nombre, si asiste regularmente a la escuela, si terminará la primaria, cuántas veces más intentará abrir un bolso ajeno hasta lograrlo con éxito y cuántas veces será aprehendido por la policía hasta figurar en las listas de adolescentes con "frondoso prontuario".
