En aquellos días: María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor (Lc 1,39-45).

En esta etapa final del Adviento, la liturgia acentúa la figura de María: la Madre. La pequeña María, apenas adolescente, algo más de trece años, emprendió su viaje para visitar a su prima Isabel. Desde muy antiguo a todos los lectores de Lucas les sorprendió la frase: "’María partió y fue sin demora a la montaña”. La expresión griega que nos ha llegado "’sin demora” (en griego "’eta spoudés”, significa "’con prisa”, "’precipitadamente”). Haciendo un esfuerzo, ya desde antiguo, los comentadores querían ver en este extraño apresuramiento, la decisión y prontitud con que todos debemos cumplir nuestros deberes. Pero, en el caso de María, el contexto no favorece esta imagen: la decisión no pasa por la precipitación. Aceptado esto, los filólogos que estudiaron el texto, sostienen que todos estos pasajes son una traducción, no demasiado buena, al griego de originales hebreos. Han tratado de reconstruir el primitivo texto y se han encontrado con la sorpresa de que, en hebreo, "’se dirigió presurosa” es una desacertada versión de una frase que en ese idioma suena igual y que diría: "’se dirigió encinta sin saberlo del concebido en ella”. Será Isabel, ya embarazada de tres meses quien, en esa misteriosa intuición de las mujeres que están por tener un hijo y se hacen especialmente perceptivas a todos los embarazos, descubre que su prima María, también ella está divinamente encinta.

En el evangelio, las primeras que profetizan son estas dos madres. Dos mujeres con sus vientres lleno de cielo y habitados por dos hijos "’inexplicables” según la razón. María y su prima Isabel son los primeros profetas del Nuevo Testamento y la primera palabra de Dios es la vida. Él viene como vida. Dos mujeres: la virgen y la estéril, que se encuentran encinta en un modo "’imposible”, anuncian que viene al mundo "’alguien más”. Viene aquello que el hombre no puede darse por sí solo. Dios viene también como alegría. Dos veces repite el evangelista Lucas que el niño Juan el Bautista saltó de alegría en el seno de su madre Isabel. En aquel niño, toda la humanidad experimenta que Dios dona el gozo. En Navidad Dios viene como alegría y como un abrazo desde la pequeñez. La oración de María nace desde el abrazo de dos mujeres, en un clima de afecto. Es el abrazo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; entre la promesa y el cumplimiento; entre María e Isabel.

La alegría se traslada del cuerpecito de Juan al corazón de Isabel. Y de Isabel a María, en la sorpresa de saber que no solo es verdad que su prima va a tener un hijo a pesar de su vejez sino que ella misma se ha transformado en relicario bello y santo de Dios. Porque María ha contado en el "’Magníficat” a Isabel la experiencia que ha vivido. También aquí los filólogos que reconstruyen el original hebreo descubren que el "’Magnificat” no es la respuesta de María a la frase de Isabel, sino que es el saludo primero que María hace a Isabel provocando su respuesta: "’¡Bendita tu entre las mujeres!” "’¡Dichosa por haber creído!”. El texto hebreo supuestamente diría: "’Isabel exclamó: ‘Bendita tú eres entre todas las mujeres’, porque al saludarla, María le había dicho ‘Mi alma canta la grandeza del Señor”. La primera palabra de Isabel es una bendición que desde María desciende hacia todas las mujeres. La primera palabra entre los hombres debería tener siempre el "’primado de la bendición”. Decir a alguien: "’te bendigo”, significa ver el bien y la luz en el otro, con una mirada de asombro, sin rivalidades ni envidias. Si no aprendemos a bendecir a quienes tenemos a nuestro lado, jamás podremos alcanzar la felicidad. Y la primera palabra para con Dios debiera tener el "’primado de la gratitud”. Como hace María en su canto del "’Magnificat”, que es su evangelio: una canción demostrando el enamoramiento de Dios, que ha puesto a su Hijo en su seno virginal. Por diez veces se repite en el cántico de María la expresión ”es él”. Es él quien la ha mirado en su humildad. Es él quien tiende una mano y enaltece a los humildes. Es él quien colma de bienes a los hambrientos. Es él. El centro del cristianismo no es lo que yo hago por Dios, sino lo que él hace por mí. No lo que hace mi mezquino ”yo” humano, sino las maravillas del generoso "’tú” divino. Que en estos días previos a la Navidad intensifiquemos la bendición por la vida y la gratitud por lo que Dios nos ha donado para que así, el corazón, libre de ataduras y rencores, sea la digna morada donde Jesús pueda nacer.