Cuando María Azulina murió, en 1991, su esposo Jesús Patrocinio Morales quedó a cargo de sus dos hijos menores, Antonio, que por entonces tenía 22 años y padece esclerosis múltiple, y Víctor Hugo, que sufre síndrome de Down y sólo tenía 12 años. Hasta hace tres años contó con la inestimable ayuda de Alicia, la menor de sus hijas mujeres, que se encargaba de las tareas hogareñas.
Un día de 2006 la vida le ofreció a Alicia una oportunidad y viajó a Buenos Aires a reunirse con sus otros hermanos, Mario, Nélida y Alejandro. Desde entonces, quien fuera campeón de atletismo corre un maratón todos los días. Y lo gana, porque aparte de dedicarse a la atención de sus dos niños que ahora tienen 41 y 31 años, respectivamente, tiene tiempo para sembrar la quintita del fondo de su casa con habas, cebollas, tomates y para mantener el jardín impecable y florido como le gustaba a Azulina, su recordada compañera.
Por sus capacidades diferentes los chicos necesitan cuidados especiales y cuando faltó su mamá, Jesús no dudó. Aún cuando resignase dinero en el sueldo anticipó su jubilación como empleado municipal y se dedicó a hacer changas de pintura y albañilería para manejar sus tiempos y poder darles el amor que necesitaban sus dos últimos retoños.
Cuando uno pasa por la calle Independencia s/n, en Villa Cremades, puede ver a Antonio sentado en su silla de ruedas que saluda a vecinos y ocasionales transeúntes con una sonrisa. Víctor Hugo, que tiene la posibilidad de moverse por sí mismo, espera a las visitas para que lo lleven a dar una vuelta en su auto. Muchas veces Jesús, figura emblemática de todo Pocito, se para en la vereda y piensa qué lindo sería poder salir con chicos de paseo, como lo hace cualquier familia. Y, lejos de amargarse por la lucha diaria para parar la olla y tratar de que a sus hijos no les falte nada, "agradezco a Dios que me ha bendecido con estos niños", dice, al referirse al amor de esas personitas especiales, y del resto de sus hijos que lo apoyan permanentemente.
Hoy Jesús tiene 78 años y sus piernas, esas con las que devoró miles de kilómetros, no le permiten hacer lo que deportivamente le dio trascendencia, correr. Las várices lo limitan a caminar y no deja de recorrer, al menos, 30 kilómetros semanales.
Cuando, con sus dolores, la columna empezó a pasarle factura por tener que levantar a Antonio para bañarlo y acostarlo o sentarlo en su silla, Jesús encontró en su hijo mayor, Mario, de 48 años, que volvió luego de vivir 31 años en Capital Federal. la ayuda necesaria para aliviar su tarea cotidiana. Desde hace un par de meses, los cuatro afrontan con una sonrisa la aventura diaria de vivir.
