En su diálogo prevalece la misma nobleza que propone su instrumento -ese "amigo del alma" que viste de cuerdas, mimetiza su mística y se enraíza de teluria ovacionada-. "En cualquier calle del mundo escuchás un charango", explicará con orgullo el tucumano Jaime Torres luego de un exitoso traslado de exportación -que incluyó los escenarios de Festival D’îlle de Francia, la Exposición Universal de Shangai y el Festival de Vilagarcía de Arousa en Galicia (sede española del Festival de Cosquín y donde lo premiaron por su aporte cultural)-. Antes de recalar en la última función de abono de Mozarteum -ver recuadro-, uno de los charanguistas más famosos del mundo dialogó con DIARIO DE CUYO.


– ¿Cómo será la gala de cierre de Mozarteum?

– Es un poco el recorrido del instrumento. Vamos a poner allí obras que son estudios para charango. Sin ser una clase académica, mostrar su desarrollo. Vamos a tocar varios charangos, en una conjunción que se hace de voces distintas del instrumento. Después nos adentraremos en el campo de la música y luego, la proximidad que tiene con ciertas regiones con países de América del Sur que pertenecen a esta cultura.

– Estuvo por Francia, Shangai y España ¿Cómo vivió la experiencia?

– Muy bien, estuve como 45 días afuera. Tuve la posibilidad de grabar con un músico excepcional, que es el flautista francés Magic Malik, un chico brasileño de apellido Ares y Nino Garay. Nos conocimos ahí mismo en el estudio, grabamos durante dos días y después vino lo de la expo de Shagai y lo de España. Pero todo resultó muy grato.

– ¿Y cómo reacciona el público de afuera cuando escucha el charango?

– Muy bien, a pesar de que no estamos dentro de la música moderna y actual, sino enmarcados en una música criolla o folklórica. Yo creo que en ese momento te transformás en un representante de tu país, del lugar de donde venís. Nadie tiene tampoco por qué conocer el charango ni nuestras costumbres, pero si el hombre tiene un color en el interior, en el alma, seguramente puede sentirlo como universal.

– Y ante la globalización ¿es un instrumento en extinción o en ascenso?

– No, a la inversa. La interpretación de este instrumento floreció un montón y es llamativo lo que ha sucedido. Quizás, es comparable con lo que pasó con el bandoneón en el tango. Desde lo estrictamente musical, el bandoneón tiene adeptos en todo el mundo como el charango. Es más, en la Escuela Nacional de Música hay una materia que es "charango". Por suerte todo cambió y ya hay un pequeño espacio, no como hace 50 años atrás cuando iba a comprar cuerdas. Antes miraban al charango como un bicho raro (risas). "¿¡Cuerdas para qué!?", me decían.

– ¿Y qué seduce de su sonido? ¿Qué propone la mini-guitarra de cuerdas dobles?

– Depende como uno lo ha ido desarrollando. Yo aprendí a tocar el charango en Buenos Aires y soy hijo de padres bolivianos. Tuve la suerte de vivir 5 años en Bolivia y seguramente hay una conjunción que viene de los genes y un poco de lo que incorpora en el mundo.

– ¿Y cómo vincula la música de San Juan a su vida? Fue muy amigo del Negro Villavicencio (NdR: fallecido y prestigioso tonadero sanjuanino)

– A mí gustaron siempre las tonadas y al Negro Villa le tenía un gran aprecio. Yo debo confesar que si hay alguna región que le debo más presencia, es a Cuyo. Cuando estuve dos meses en Japón, recuerdo, la gente terminó silbando una tonada de Villavicencio. El era un tipo que tenía el paisaje en el alma y ahí está el mensaje. Lo que perdura…

– ¿Y cómo definiría su rigor artístico, ese que perdura y representa al país?

– Mire, yo esto lo fui asimilando de grande. Lo que he ido ganando no lo gané por lindo, sino por lo que hago. Alguna vez un hombre como Eric Clapton se acercó a intercambiar palabras o alguna vez Paco De Lucía, de pronto, me invitó a tocar con él. Son cosas que me dan la respuesta de lo que uno hace…

– ¿De qué manera controla el ego un artista tan reconocido? Se lo percibe muy humilde más allá del Jaime Torres, ícono y multipremio…

– Teniendo siempre el corazón con la capacidad de asombro. Me emociona la simpleza, recibir un mensajito de mi mujer, saber que mis chicos están bien. Pertenezco a una raza de personas que seguimos amando la belleza y podemos seguir disfrutando de esto, a través del canto, de la poesía…

– Y con más de 50 años de trayectoria ¿Le falta algo por aprender o reposa en la sabiduría?

– Uno nunca termina de aprender y eso es una de las cosas más gratas de la vida. Mire, si uno cree que aprendió todo, ha caminado al cuete ¿no? (risas).