En aquellos días: María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ‘¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor’ (Lc 1,39-45).
El episodio del encuentro de María con su prima Isabel nos muestra tres verbos que son acompañados de una modalidad. Ella parte ‘sin demora’; Isabel que exclama en voz ‘fuerte’; y el niño que la anciana lleva en su seno, salta ‘de alegría’. Se trata de dos madres que se encuentran ‘visiblemente’ una frente a la otra, pero que llevan ‘invisiblemente’ a dos pequeños en sus vientres. María se levantó. El verbo griego ‘anistemi’ (levantarse) es un verbo de movimiento que implica una decisión sin titubeos. Indica un movimiento hacia lo alto, similar a ‘resucitar’. Y va ‘sin demora’. Es la única nota que Lucas ofrece sobre el viaje. La palabra griega no indica sólo premura, sino también diligencia e incluso entusiasmo. Se trata de una nota cualitativa del alma, más que de tiempo. La motivación del viaje no es sólo para ayudar a su prima que está encinta y es anciana, sino porque es la Sierva del Señor que sale a revelar o mostrar las maravillas que Dios hace en quien cree. María saludó a Isabel. Es su voz, no sus palabras, la que ha hecho saltar de alegría al Niño en el seno de su prima. El verbo griego ‘skirtao’ (saltar, danzar), aparece sólo tres veces en el Nuevo Testamento, siempre en el evangelio de Lucas (1,41.44; 6,23). Para expresar la alegría del pequeño en el seno de la madre, Lucas se sirve del verbo ‘agalliasis’, que en el uso bíblico y eclesial expresa un gozo que invade el corazón del hombre y se expresa hacia el exterior. Tiene un significado religioso: alegría y júbilo por la salvación prometida y realizada por Dios mediante Jesús. Las palabras de Isabel no son sólo un saludo de respuesta, sino una interpretación de aquello que sucede, reconocimiento y proclamación. Ella ‘exclamó en voz alta’. Se trata de un grito de sorpresa y maravilla. Es el verbo griego ‘anafoneo’, que expresa exclamación de tono litúrgico (cf. 1 Cró 15,28; 16,4.5). Es como si el saludo de Isabel fuera un cántico inspirado y profético, ‘con voz fuerte’.
Basta esta introducción para descubrir que el evangelio de este domingo nos pone de frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de casa. La presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al movimiento. Cuando Dios nos visita, siempre nos invita a salir. Ahí vemos a María, la primera discípula. Una joven quizás de entre 15 y 17 años, que en una aldea de Palestina fue visitada por el Señor anunciándole que sería la madre del Salvador. Lejos de ‘creérsela’ y pensar que todo el pueblo tenía que venir a atenderla o servirla, ella sale de casa y va a servir. Se ponen en movimiento sus piernas, porque antes se conmovió en el corazón. El evangelio nos dice que María fue de prisa, paso lento pero constante, pasos que saben a dónde van; pasos que no corren para ‘llegar’ rápido o van demasiado despacio como para no ‘arribar’ jamás. Ni agitada ni adormitada, María va con prisa, a estar y acompañar a su prima embarazada en la vejez.
En su visita a Isabel, la Virgen muestra que ella es capaz de un amor atento, concreto, alegre y tierno. Es atento. Ella no espera que le pidan ayuda. Intuye la necesidad y sale a socorrer. Es que, como señala Santo Tomás de Aquino: ‘Ubi caritas, ibi oculos’ (‘Donde hay amor, hay ojos’). Un corazón que ama tiene ojos que ven. Pero también es un amor concreto: actúa. No se pregunta ‘qué me pasará a mí si salgo al camino’; sino ‘qué le pasará a Isabel si yo me quedo en mi casa’. Comenta san Ambrosio que ‘la gracia del espíritu Santo no admite tardanzas’. El actuar de María es invadido por la alegría: no vive sus actos como el cumplimiento gravoso de un deber. En ella todo es gratuidad y generosidad sin cálculos. Por eso es que su amor es tierno. Es que el amor auténtico no crea distancias, sino que acerca a los alejados. La ternura es ‘darse’ suscitando gozo en el amado. Quien no ama con ternura, crea distancias o dependencias esclavizantes. Adviento es tiempo para preguntarnos sobre nuestra caridad, porque sólo quien ama es capaz de contemplar el misterio de la Navidad.
