Han pasado 45 años… ¡Todo parece tan lejano! Y tan cercano. En el balcón de un motel en Menphis (EEUU) un tiro de fusil ponía fin al sueño de esperanza de Martin Luther King, el negro que luchaba por la libertad de los negros. Su figura maciza y morena, el brillo de sus ojos vívidos y buenos se habían vuelto familiares para todos desde 1964, cuando recibió el premio Nobel de la Paz. Desde muy jovencito se erigió en un ardiente defensor de los derechos de su raza. Pero no quería de ningún modo la violencia. Era un "revolucionario” pacífico, entusiasta seguidor de Gandhi, así como ambos tenían como modelo a Jesús, el mas revolucionario y el más pacífico de los hombres, el Hijo de Dios, King sabía que la muerte lo acechaba en cualquier lugar, en cualquier momento. Recibía constantes amenazas, fue apuñalado, apedreado, encarcelado numerosas veces, como su casa ametrallada. Dos meses antes de ser asesinado, presintiendo el cercano fin, nos dejó su testamento: "Todos nosotros pensamos a veces en la muerte, y yo frecuentemente pienso en mi propia muerte y en mi propio funeral. Y me pregunto qué es lo que me gustaría que se dijese cuando llegue ese momento… El que se encuentre a mi lado recuerde que no quiero un funeral prolongado ni largos discursos. Que no se mencione para nada que tengo un premio Nobel de la Paz. Eso no es importante. Ni que poseo otros 300 premios. Eso no es importante. Me gustaría que se dijera que Martin Luther King procuró dedicar su vida al servicio de los demás, que procuró amar a alguien, que procuré amar y servir a la humanidad…”.

Sí, procuró amarla como nos amó Jesús. Estas son sus palabras: "Una gran lección nos llega de la plegaria de Jesús en la Cruz, el cual reconoce en ella la ceguera intelectual y espiritual del hombre: "Padre, perdónalos porque ellos no saben lo que hacen”, dijo Jesús. La ceguera es un mal; la luz es su necesidad. Debemos reconocer que Jesús fue clavado en la cruz no sólo por el pecado sino también por la ceguera. Los hombres que gritaban "¡Crucifícalo!”, no eran necesariamente malvados, más bien eran ciegos….ellos no sabían lo que hacían”. Si admitimos que la vida es digna de ser vivida, y que el hombre tiene derecho a la supervivencia, entonces debemos encontrar una alternativa a la guerra, pues una guerra mundial dejaría sólo cenizas ardientes como mudo testimonio de una raza humana cuya locura la llevó inexorablemente a la muerte prematura. Nuestro mundo sigue amenazado por la aterrorizante perspectiva del aniquilamiento atómico, porque existen todavía demasiados hombres que no saben lo que hacen”. (Quizá los que mataron a Martin Luther King, lo sabían muy bien…)

(*) Escritor.