Estuvo ahí. Con su receta de siempre, aunque enfrente estuviese un grande. En realidad, el más grande de todos. Estudiantes metió el zarpazo en el primer tiempo y, en lo que quedó, se abroqueló para defender con uñas y dientes lo que estaba consiguiendo: un triunfo histórico sobre el poderoso Barcelona. La ansiedad y el sabor de la gloria le jugaron una mala pasada. Porque, amén de encerrarse, se metió demasiado atrás. Le dio infinitos espacios a un rival que, con Messi incluido, es temible si tiene campo y pelota. Y la terminó pagando caro, aunque al reloj le faltaban sólo algunos minutos para codearse con el sueño cumplido.

Pero su gente lo entendió. Y lo premió con aplausos. Allá, en los Emiratos Arabes, y acá, en sus raíces platenses. La vida tiene vueltas. El fútbol, por ende, también. Y el Pincha lo sabe.

Por Walter Cavalli.