Cinco años atrás la ilusión era otra: abandonar el trajín y la apretada rutina de departamento en Capital, por la promesa de una vida tranquila de campo, en Angaco. Por esa razón los Gallastegui fueron a parar con sus tres hijos pequeños hasta una casa en calle Aguilera, en la zona de La Cañada, unos 100 metros al Este de la fábrica de galletitas de Albardón. Pero allí la realidad fue muy distinta, en cinco años ya sufrieron cuatro robos: dos en su casa cuando ellos no estaban y otros dos ataques a mano armada, incluido uno que dejó traumado a su hijo de 11 años y otro igualmente grave a última hora del sábado.
La familia, que por miedo pidió no divulgar sus nombres, relató que todo pasó alrededor de las 23, cuando terminaban de cenar. ‘Yo fui a buscar un pañal para cambiar a nuestra nena de 2 años, cuando cinco tipos, todos con armas, abrieron la puerta a patadas y nos dijeron que nos quedáramos tranquilos, que no nos iban a golpear, que sólo nos iban a robar. A mí me pareció una película de terror’, dijo ayer la dueña de casa.
Según la mujer, mientras uno los controlaba en un rincón (cada uno abrazaba a una criatura y rogaba por sus vidas), los otros se dedicaron a cargar lo de mayor valor: un televisor, un reproductor de DVD, una Nintendo Wii, un microondas, una valija con ropa, calzado, un celular, la cartera en la que ella tenía unos 900 pesos y la billetera de su marido con unos 200 pesos más, los carnets de vacunas de las pequeñas y sus documentos.
Todo fue cargado en el Ford Ka del matrimonio, que apenas se fueron los ladrones salió a pedir ayuda a los vecinos. Justamente por eso es que el plan de los delincuentes se frustró: el aviso llegó a un patrullero de la Seccional 20ma que justo andaba por la zona, y persiguió a los ladrones hasta Rodríguez y Florida, Chimbas, donde dos abandonaron el auto con casi todo el botín y escaparon por fincas. Los otros tres huyeron en otro auto. ‘En Capital nunca nos habían robado y acá nos pasa esto. Encima la Policía ni vino a ver qué nos había pasado o a levantar huellas. Si nos quedamos pondremos rejas, pero ¿se imagina una casa en el campo con rejas? Es de no creer’, dijo ayer la mujer.
