La violencia escolar sigue siendo noticia, llama la atención, aun en un hoy saturado de violencia en otros ámbitos; adquiere relevancia hasta considerarse un tipo de violencia que hoy preocupa de modo especial, aparece como una amenaza a la tranquilidad necesaria para el aprendizaje. La incertidumbre provocada por un enfrentamiento dentro o fuera de la escuela, puede generar intentos de solución cuando ya hay agresión, tal vez desconociendo la complejidad del problema que puede tener varios actores.
Cómo entender y atender los conflictos escolares: cuando se llega a la situación en la que se discute la aparición de hechos de violencia, se supone que antes pudo aparecer el problema con signos que anunciaban la posibilidad de aumentar la gravedad de la situación, si ésta no se resuelve sigue el enfrentamiento entre alumnos, lo que deriva en instancias que se enfrentan a una decisión compleja. Hasta que los signos se consideran graves, puede gestarse una situación entre los alumnos, a la que no se le prestó atención esperando que pase. Cuando se advierte la dimensión del hecho ya tiene una gravedad que amenaza con desbordar los mecanismos de control. Ahí es posible que se recurra a medidas extremas, lo que a su vez puede agravar el conflicto entre los participantes y entre ellos y la escuela.
Advirtiendo el problema a tiempo se puede prevenir su gravedad, eso no significa justificar la inconducta, pero se puede contextualizar la conducta analizando las circunstancias en que ocurre y buscar el entendimiento, evitando la formación de una circularidad viciosa. El círculo puede comenzar con una conducta reprobable, puede ser por el deseo de hacerse notar, la sanción puede reforzar la conducta inadecuada, y ésta aumentar la reacción de la autoridad, se vuelve a reforzar la inconducta con una sanción mayor, acentuando así la circularidad: conducta, sanción, conducta reforzada, mayor sanción, hasta llegar a la pérdida de la escolaridad.
La detección temprana del problema, cuando el círculo recién se inicia, ayudaría a prevenir que la situación se haga incontrolable, que el recurso a profesionales se haga cuando ya exista daño importante en la persona y en la institución. Cuando aparece un hecho de violencia, si se desconoce la situación en la que se gestó, puede ser que no se entienda lo suficiente como para lograr restablecer la armonía perdida. Si se conoce el origen del conflicto, si se analizan signos cuya gravedad en su momento no se advirtió, se puede influir en el adolescente para que advierta que una sanción puede servir de señal para que mejore su conducta para su bien y el del grupo escolar.
En el aula el docente tiene actitudes, modos de enfrentar el conflicto, de interesarse por los problemas del grupo escolar, incluso en lo didáctico puede incluir un modo propio de hacer las cosas, de trasmitir conocimientos; en forma más o menos explícita establece pautas de convivencia, lo que está o no permitido. Si logra conocer al joven en su situación, no para aprobar lo que esté mal, sino para ponerse en su lugar y entender sus vivencias, podrá rescatar para la educación alguien que se debate en su falta de formación, con la problemática actual: familiar, social, económica, educativa; con la falta de principios, la pérdida de valores, la confusión cuando no se entiende el concepto de libertad ni por qué se elige. El marcado individualismo junto a la crisis de identidad de quien no tiene un rumbo definido en su vida, le genera insatisfacción y búsqueda desordenada de distracción, careciendo en muchos casos de guía en la familia, sometido a sobre estimulación mediática sin criterio formativo.
En ese sentido la empatía del docente frente al alumno ayuda al diálogo, creando un ambiente favorable para el entendimiento y el aprendizaje. Se habla de desconexión entre la escuela y la vida del alumno, eso puede aumentar si se ignora el conflicto escolar con las características de hoy.
