El tema de la vejez constituye un dominio ingrato y difícil. Se comprende que sea así, ya que a las dificultades corrientes de vivir se suman las repercusiones del desgaste. Vejez, senectud, senescencia, tercera edad, gerontes, abuelos son todas denominaciones que aluden a los "viejos” por la connotación que esta tiene de deterioro y decadencia.
"Se envejece y se muere tal como se ha vivido” suele ser una frase de consuelo para los que vivieron bien. Los que no, tienen el sentimiento de haber cumplido un proceso, una etapa no carente de frustraciones que los lleva a acercarse al final inevitable con dolor, depresión o miedo.
La imagen de la tierna viejecita rodeada de nietos y bisnietos pertenece a la lejana niñez de alguno de nosotros. Actualmente en muchas familias los abuelos tienen escaso lugar, dependen de los más jóvenes. En la vida cotidiana intervienen poco; entretenerlos durante los fines de semana parece una obligación. En época de vacaciones las generaciones recientes quieren disfrutar de un tipo de vida que los abuelos ya no pueden compartir. Además de la reales dificultades de convivencia, éstos representan un pasado irrecuperable y casi ausencia de futuro. Por otra parte, el individuo no está preparado para penetrar en la vejez: le sobreviven limitaciones físicas, le sobra tiempo, no se siente necesitado. Le temen más a la soledad que a la muerte, representada por la indiferencia.
Las dificultades de adaptación en el medio familiar son las que más perturban, especialmente para quienes a lo largo de su existencia fueron padres de carácter autoritario y pretenden seguir siéndolo. Los ejemplos pueden multiplicarse. Sin embargo, los ancianos pueden acceder a un mejor vivir dirigiendo sus esfuerzos en dos sentidos: hacia el pasado o hacia el presente. Al primero, entregándose a los recuerdos compartiéndolos, ya que con ellos reviven su propia vida y la de personas, situaciones y lugares que habitaron. Cuando miran el álbum de sus remembranzas actualizan sentimientos dinamizantes. En cuanto al presente es innegable que ayuda a una mejor adaptación a la vejez sentirse útil y necesario en el grupo de pertenencia. Los niños y los jóvenes deben acercarse a los "viejos” para aprender, es un verdadero intercambio generacional en que a los ancianos se les dan oportunidades. Porque ¿Quién puede enseñarnos a morir si nadie nos ha enseñado a vivir? No nos olvidemos que la capacidad, el talento, la sensibilidad no terminan bruscamente porque se cumplen setenta o más años y que adoptar actitudes que promueven la actividad y el contacto humano lleva a vivir más tiempo, lleva a "vivir la vejez”.
(*) Escritor.
