Apenas dos meses han pasado de la noticia de la muerte de un político protagonista de los grandes cambios políticos y sociales de fines del siglo pasado. Václav Havel ha sido un hombre polifacético.

Un joven filósofo brasilero había escrito una tesis -pude escuchar su defensa en la Universidad Gregoriana de Roma- sobre lo que significaban los idearios, escritos y gestos de quien fuera Presidente de la República Checa después de la caída del Muro de Berlín (1989). El trabajo se titulaba "La vida en la verdad. La vida en la mentira". La verdad eran los ideales de responsabilidad individual y pública, en una patria que aún luchaba por despegarse del totalitarismo. Havel, caído el comunismo, fue elegido Presidente hasta 1993, y luego -cuando se separa la República Checa de Eslovaquia-, fue elegido primer mandatario hasta 2003.

El político de fuste decía que la obra principal que había escrito era su propia vida. Él mismo lo había expresado en una hermosa carta, la número 136, enviada en julio de 1982 desde la cárcel del régimen totalitario, a su esposa Olga, quien muriera joven a causa de un cáncer: "Siempre más me falta el escribir, y en lo profundo del alma estoy convencido que escribiré únicamente la obra de mi propia vida". Havel ha sido un maestro de antropología, con agudas observaciones acerca del hombre moderno y los problemas de la trascendencia, del destino final, de la esencia de lo humano.

En su búsqueda nostálgica, no falta Dios. Escribió desde la cárcel, como dijimos, las "Cartas a Olga", una cantera de reflexiones filosóficas que encuentran en lo divino una salida a los dramas de la existencia. Para el dramaturgo, el hombre es un misterio que no alcanza a entender todo desde su pobre razón: "Con la humanidad viene a la luz algo de esencialmente nuevo e últimamente irreducible a todas las cosas. Un ser que se pone el ser como pregunta, un ser en cuestión, un ser más allá del ser, puesto cara a cara consigo mismo. Viene a la luz el milagro del sujeto. El misterio del yo Prodigio de libertad y responsabilidad. El hombre, ser que se pregunta quién es, de dónde viene y hacia dónde va". (Carta número 129).

Las cosas que el hombre emprende tienen su valor, pero no dan toda la respuesta: "Nosotros no conocemos el camino para salir del marasmo del mundo y pecaríamos de imperdonable arrogancia si pensáramos elegir una sustancial vía de escape en aquello poco que hacemos y se nos propusiéramos a nosotros mismos, nuestra sociedad y nuestra soluciones como ejemplo de aquello que únicamente tiene sentido hacer" (El poder de los que no tienen poder, 1978).

Havel -por momentos agnóstico, por momentos creyente- sabe sin embargo que la resolución del problema está en Luz que viene de lo Alto. Sólo Dios podría darle una razón completa al vivir humano. Como Cristo en la cruz, ha de sacar fuerza y experiencia de sus fracasos y elevarse lo más posible.

Resta decir también que sentía viva admiración por Juan Pablo II, y éste lo recibió en varias ocasiones en su palacio apostólico. Dos humanistas amigos, unidos en la lucha por la libertad de los pueblos sometidos en tiempos de cortinas de hierro y bocas cerradas. Havel, como Wojtyla, sabía bien que juntos podían combatir "contra las palabra soberbias", y esto no era cuestión sólo de lingüística sino de pensamiento antropológico, social y político.