“Quiero morir a los cien años de edad con una bandera americana a la espalda y la estrella de Texas en el casco, tras descender gritando por los Alpes sobre una bicicleta, a 120 kilómetros por hora… expirar con elegancia, es decir, la antítesis perfecta de la patética muerte que un día me anticiparon”. Así comienza la biografía de Lance Armstrong escrita por la periodista estadounidense Sally Jenkins en el año 2000.

Lance Armstrong no murió por el cáncer testicular, con metástasis en el cerebro, al que superó luego de ardua lucha. Tampoco su muerte será épica como lo imagina en su libro (Mi vuelta a la vida) que vendió varios millones de ejemplares y se tradujo en muchos idiomas. Tampoco murió de viejo. Su acta de defunción en vida la decretó ayer la UCI (Unión Ciclista Internacional) al aceptar la investigación de la USADA (Asociación estadounidense de antidoping) y declararlo culpable de procedimientos ilícitos para sacar ventaja deportiva por medio de la utilización prácticas prohibidas y desconocer todas sus victorias entre 1999 y 2005, incluyendo entre ellos los siete Tour de Francia que logró.

Ahora bien, lo curioso es que se lo sancionó después que pasó tanto tiempo y luego que el ciclista haya superado un total de 218 controles antidoping cuyo resultado fue negativo.

La demoledora y categórica decisión se apoya en las declaraciones de los compañeros que tuvo Armstrong (nacido en Texas) en los distintos equipos que integró. Se rompió el “pacto de silencio” entre los peces chicos y el pez más gordo quedó atrapado en la red a expensas de los arpones de los pescadores que lo venían siguiendo con mayor obsesión que la demostrada por el capitán Ahab cuando perseguía por los mares a la ballena blanca Moby Dick, en la clásica novela de Hernan Melville.

Esta vez no pudo zafar. La mala relación que tuvo con varios de sus ex compañeros quienes dijeron que les había suministrado sustancias dopantes y que los “matoneaba” si no querían utilizarlas, fue clave para la contundente decisión del ente que rige al ciclismo en el mundo, cuyo presidente, el irlandés Pat McQuaid, dijo que “no hay lugar para él en el ciclismo”.