El Grupo de los 8, que reúne a los países más poderosos, puede avanzar más allá de la formalidad y la foto grandilocuente, si cumplen su promesa de cambiar el ineficiente asistencialismo alimentario por un desarrollo agrícola sustentable en las regiones más pobres del mundo.

Los líderes que se reunieron días atrás en L’Aquila, Italia, propusieron ayudar a más de 1000 millones de personas en situación de hambre crónico, mediante la riqueza y los niveles tecnológicos alcanzados en esas naciones.

Si bien el problema del hambre ha sido resuelto en vastas regiones, todavía existen zonas de Asia y Africa donde permanece como un monumento a los fracasos políticos y de la errónea idea de priorizar el asistencialismo sobre la productividad.

Según el mismo G-8, desde la década del 80 el asistencialismo alimentario viene perpetuando el problema que supuestamente debía resolver, destruyendo los incentivos a los agricultores en los países pobres, destinatarios de las donaciones, haciendo aun más dependientes de la asistencia externa. También, muchas veces, bajo la forma de donaciones alimentarias se encubrieron vergonzosos subsidios a las producciones de los países desarrollados, distorsionando los precios de los commodities.

El compromiso del G-8 de establecer un fondo de seguridad alimentaria de u$s 20.000 millones, en los próximos tres años, para que las regiones más pobres produzcan sus propios alimentos, va en la dirección correcta. Este monto puede hacer mucho bien, correctamente invertido, lo cual requiere fuerte voluntad política.