Como un gigante enceguecido y furioso, la mayor potencia militar del planeta, el 7 de octubre de 2001, apenas 26 días después de los atentados a las Torres Gemelas, se lanzó a perseguir al máximo jefe de Al Qaeda en las montañas de Afganistán.

El presidente George W. Bush iba tras los pasos del enemigo número uno de Occidente, el escurridizo millonario saudita, Osama Bin Laden. El otrora aliado de EEUU para expulsar a los soviéticos de Afganistán, era señalado por Washington como el autor intelectual del mayor atentado terrorista de la historia.

Dos meses meses más tarde los talibanes fueron derrotados, pero la guerra continuaba. Posteriormente, en marzo de 2003, Bush lanzaba una operación militar en Irak -sin el apoyo de las Naciones Unidas- para derrocar a Saddam Hussein.

Pero tuvieron que pasar 10 años con miles de pérdidas de vidas humanas y miles de millones de gastos bélicos para que la pesadilla de Osama Bin Laden le diera una tregua al pánico del pueblo norteamericano.

Comandos estadounidenses mataron el 1 de mayo pasado en Pakistán a Osama Bin Laden, que una década después del 11-S vivía apaciblemente cerca de Islamabad, lo que disparó la tensión entre EEUU y este país, al que acusa de ambigüedad con el terrorismo.

Esa noche de domingo, la ‘Zona Cero‘ vio cómo se descorcharon botellas de champán para celebrar una noticia que muchos esperaban desde hacía años.

El enemigo público número uno de Washington se escondía en una finca de la ciudad norteña de Abbottabad, apenas a unas tres horas en coche de la capital paquistaní y que alberga la principal academia de cadetes del Ejército de Pakistán. Esas coordenadas alentaron de inmediato la sospecha de que el líder de Al Qaeda contaba en algún grado con complicidades en el Ejército o los servicios secretos paquistaníes (ISI).

La operación se produjo en una noche de luna nueva, el 2 de mayo, cuando 23 Navy SEALs penetraron en el espacio aéreo paquistaní a bordo de dos helicópteros desde Afganistán, sin que fueran detectados por los radares paquistaníes.
Los comandos llegaron a Abbottabad, se descolgaron de los aparatos y dieron muerte al jefe de Al Qaeda, cuyo cadáver fue luego arrojado al mar, según la versión oficial estadounidense. Nadie pudo ver su cadáver.

El hallazgo de que Bin Laden vivía tranquilamente en Pakistán colocó al país en el papel de socio infiel, pese a haber pagado un alto precio en la lucha contra el terrorismo. La casa amurallada de tres plantas en Abbottabad es el testimonio mudo de la búsqueda del líder de Al Qaeda, que se escurrió de manos estadounidenses en el famoso desierto de Tora Bora, en el Este de Afganistán, pocos meses después del 11-S.