Dentro de las distintas etapas que conforman la apasionante vida de José Gabriel del Rosario Brochero, el cura cordobés beatificado y ahora a punto de ser santificado por la Iglesia Católica, hay algunas acciones que lo vinculan con nuestra provincia. Una de ellas es la relación que estableció con algunos caudillos de la región de Cuyo, como Santos Guayama. En la actualidad, un antiguo paradero de trenes a un costado de la Ruta 141, que une Caucete con Vallecito y su zona de influencia se la conoce como ‘Guayama’, en recordación del gaucho que supo luchar entre esa zona y los llanos riojanos.
Transcurría 1870 y Guayama era un gaucho fugitivo, sobreviviente de las montoneras que habían enfrentado a unitarios con federales. Para algunos autores, era un forajido, un delincuente sanguinario que sembraba el temor por donde pasaba. Para otros era el teniente coronel Guayama, un prócer federal, un patriota que huía porque Domingo F. Sarmiento, siendo Presidente, había puesto precio a su cabeza.
Se dice que más allá de los malos comentarios que se habían hecho alrededor de la figura de Santos Guayama, el Cura Brochero siempre le tuvo especial estima y trató de ayudarlo de diferentes maneras. Su objetivo era que regresara a la legalidad, ya que por años se mantuvo prófugo comandando sus huestes montoneras. Previamente a este período, Guayama había luchado junto a otros conocidos caudillos como el Chacho Peñaloza y Felipe Varela, en el oeste y el norte argentino.
El escritor y periodista Miguel Ángel Ortíz, en su libro sobre Brochero ‘El Santo de los pobres…’, consigna que para los ricos patrones de estancia, Guayama era el temible bandolero y salteador que protegía a la peonada haragana. Sin embargo para peones de estancias y viejos criollos, el gaucho robaba a los poderosos para ayudar a los pobres, defendía a las viudas desamparadas, a los huérfanos y a los débiles. Para el Gobierno porteño era el último montonero por eliminar.
Sin embargo para Brochero, que había seguido de cerca su historia, Guayama no se acercaba al calificativo de bandido, que le daban sus enemigos. Por eso en 1877, próximo a inaugurar la Casa de Ejercicios Espirituales en la Villa del Tránsito, actual Villa Cura Brochero, intentó convocar al gaucho que permanecía escondido en los montes.
Para lograr su objetivo, cuenta Ortíz, el cura se internó durante varias semanas en el desierto, en una amplia zona del noroeste argentino, en una inmensa tarea evangelizadora que podría haberle costado la vida. Camino hacia Olta, en La Rioja, Brochero envió a uno de sus seguidores a acordar un encuentro con Guayama. Quería conseguirle un indulto, un perdón que le mejorara y le prolongara la vida. Se había propuesto desarmarlo, y hacerlo entrar a la vida civilizada del trabajo y de sosiego. Por eso pensaba en los Ejercicios Espirituales como una forma de convertirlo.
En noviembre de 1877, Brochero anduvo varios días bajo el sol inclemente, entre malezas y montes en busca del ansiado encuentro. Relata la crónica del viaje que luego de encontrarse con varios intermediarios, que ocultaban el sitio exacto del refugio del gaucho fugitivo, acordaron un encuentro. Era evidente que Guayama desconfiaba del cura, y lo citó en un monte casi impenetrable. Brochero estuvo en el momento y lugar señalado, pero Guayama nunca apareció.
A los pocos días el curita insistió, esta vez acompañado por un baqueano. Uno se quedaría en el sitio y el baqueano trataría de hallar a Guayama. La estrategia dio resultado y a unos 200 metros del lugar fue encontrado el fugitivo, que hacía un buen rato espiaba de lejos el lugar del encuentro.
Ha quedado registrado en las cartas del Cura Brochero la sorpresa que le provocó la cultura y la corrección de Guayama. Que aun en medio del monte mostraba cierta elegancia en el vestir. Durante la entrevista el gaucho demostró cierto remordimiento y Brochero prometió entregarle una estancia con numerosa hacienda, dándole una fuerte participación en sus productos. Además ofreció pagarle todas sus deudas y conseguirle un indulto por parte del Gobierno nacional.
Consta con cierta certeza que el cura invitó al caudillo a los ejercicios espirituales y éste aceptó, con la condición de que le consiguiera un salvoconducto del Presidente de la Nación para no ser apresado. Pese a los esfuerzos realizados, Brochero no consiguió el indulto, sólo la promesa de Julio A. Roca de que el Gobierno no lo molestaría, pero esto no fue suficiente para que asistiera a los ejercicios.
Pese a que Guayama había apoyado a Agustín Gómez para la gobernación de San Juan, fue durante este gobierno que una mañana de diciembre de 1878, mientras caminaba por el centro de la ciudad, el gaucho fue apresado. Desde el cuartel, Guayama envió un chasqui a Brochero diciéndole: ‘Venga, cura. Me matan’. A pesar de movilizar todas sus influencias no pudo evitar que el caudillo fuera fusilado, a los 49 años de edad y con el pretexto de haber encabezado una sublevación dentro del cuartel. Dicen que Brochero lloró angustiosamente la pérdida como si se tratara de un hermano…
