Ni el sueño, ni el cansancio, ni el intenso calor que apretó en La Habana desde primeras horas del día
evitó que una multitud de miles de personas escuchara en riguroso silencio, con atención y con visible emoción algunos, la misa que el papa Francisco ofició en la emblemática Plaza de la Revolución.
Cuando el Sol aún no había sido visto por completo, miles de fieles ya aguardaban en el sector destinado al público. Los 3.500 invitados especiales terminaban de acomodarse en las sillas colocadas frente al estrado papal, que se montó en el costado a la izquierda al monumento del “Che” Guevara, que observa el color de una plaza nutrida de banderas de Latinoamérica, del Vaticano y también algunas del club de fútbol de Francisco, San Lorenzo.
La pulcra organización determinó que los invitados sean colocados en total orden, con previo control de las carteras, incluso de los sacerdotes cubanos, quienes entraron en procesión sosteniendo gorras, mochilas y botellas de agua.
Música religiosa desde los parlantes y oraciones silenciosas entre los presentes animaron la jornada húmeda.
Un lugar especial tuvieron los miembros de otras iglesias y religiones, que fueron colocadas una fila antes de los miembros católicos; en unas sillas de plástico geométricamente colocadas con una precisión detallista.
Personas de todas las edades y procedencias (desde otras provincias de Cuba hasta Puerto Rico, México o Florida) se congregaron en el lugar, donde Francisco, flanqueado por la efigie del Che, argentino como él, y el prócer independentista cubano José Martí, ofreció su primera misa en la isla. Una de las monjas que participó de
la misa, María del Carmen, dijo que la visita de Francisco genera “mucha esperanza”: “Viene a animarnos con la fe, y creo que es representante de Cristo y como católica es algo extraordinario”.
