Calles de ripio. En medio del campo. Una que otra vivienda alrededor. En esa zona rural, distante a 30 kilómetros de la Villa Santa Rosa en 25 de Mayo, es donde viven los hermanos Leiva: Luciano (11 años), Sebastián (13) y Mariana (15), quienes practican hace cuatro años básquetbol en la Escuelita Municipal y que hace poco más de un año redoblan el sacrificio para llegar a la Esquina Colorada y vestir la camiseta de Del Bono.
Es una historia marcada por el sacrificio la de los Leiva. Los chicos recorren tres veces por semana 30 kilómetros a pie desde esa finca familiar en la que habitan para llegar a la villa cabecera veinticinqueña. A veces, cuando a mamá Silvia los tiempos en su trabajo de maestra de Nivel Inicial se lo permiten, es ella quien los lleva en su auto hasta el club, los espera mientras dura la práctica y los lleva nuevamente hasta su casa. Precisamente ella es quien los motivó a comenzar en el deporte y fue por una cuestión de sangre. El abuelo había sido en su juventud jugador de básquet y Silvia también había dado unos pasos en la disciplina. Los chicos, por naturaleza propia, parecen haber nacido para eso. Si basta con contar que Sebastián, a sus 13 años, mide 1,73 m y su cuerpo espigado lo delata como jugador de básquet.
Antes, los tres, ya habían probado con hacer otros deportes como fútbol y atletismo los varones y patinaje artístico la jovencita, pero desde que comenzaron básquet en la Escuelita se apasionaron, tanto que ya llevan más de 4 años caminando por los mismos lugares, en algo que para ellos ya no es un sacrificio, sino una costumbre.
El año pasado, los profes Carlos Manrique y Miguel Iñón, seleccionaron seis chicos para jugar en Del Bono y los chicos no lo dudaron. Su mamá como siempre, les brindó todo el apoyo posible. Al Bodeguero asisten una vez por semana y cuando la trafic del municipio no los puede traer es Silvia quien carga al grupo en su auto, o los otros padres de los pequeños los que se turnan para abaratar costos. A veces, cuando no hay movilidades para traerlos a la Capital, caminan 3 kilómetros para llegar a la Ruta 270 para tomarse el primero de los dos colectivos que los lleva a Rivadavia, gastando diariamente 55 pesos cada uno. Todo un presupuesto para una familia a la que no le falta nada, pero tampoco les sobra sabiendo que viven gracias al sueldo de la docente.
Pero claro, para los Leiva es tanto el sentimiento por el básquet que realizan ese enorme esfuerzo tanto económico como mental para seguir haciendo lo que aman. Y no lo piensan dejar de hacer. ‘No nos importa caminar o hacer todo lo que hacemos para poder ir a entrenar. Lo seguiríamos haciendo’, sostuvo el mayor y el resto asintió con la cabeza. Y sí, los chicos son tan responsables con los entrenamientos como en la Escuela, obteniendo excelentes calificaciones y teniendo al menor integrando el cuerpo de bandera.
Cuando se quiere se puede. Ese refrán es la premisa de los hermanos Leiva, quienes con su sacrificio alimentan una gran pasión.
