Mientras miles de afectados claman por agua y alimentos, el presidente de Filipinas, Benigno Aquino, declaró ayer el estado de calamidad en todo la nación insular del sudeste asiático a raíz de la devastación causada por el tifón Haiyan, que azotó el archipiélago filipino el pasado viernes.
Aquino visitó la ciudad de Tacloban (la más afectada), en la isla de Leyte. Según cálculos de la gobernación provincial, en esa zona pueden haber muerto unas 10.000 personas.
Tras declarar por televisión el estado de calamidad, Aquino podrá imponer precios máximos a los artículos de primera necesidad y controlar los artículos para evitar la especulación y el acaparamiento de bienes, como medicamento o productos derivados del petróleo. También se dispuso la creación de fondos especiales destinados a la reparación de las infraestructuras y servicios públicos y la concesión de préstamos sin intereses a los sectores más afectados de la población.
La falta de víveres de primera necesidad ha hecho que la situación en la población sea insostenible, a la par que miles de personas buscan y ruegan por un asiento en los helicópteros militares para abandonar la ciudad. El pillaje y los saqueos en los supermercados han sido frecuentes, mientras se reportó que gente desesperada atacó un convoy de la Cruz Roja con un cargamento de ayuda.
La enorme escala de muerte y destrucción provocada por la tormenta del viernes se volvía más clara en la medida en que se publicaban reportes de miles de desaparecidos y se exhibían imágenes apocalípticas en un poblado
al que aún no han llegado los rescatistas. Los cadáveres se amontonaban en las calles de Tacloban, descomponiéndose e hinchándose bajo el sol, lo que se suma a los riesgos sanitarios. Se estima que Haiyan destruyó cerca del 70 al 80 por ciento de las estructuras a su paso
Entre tanta ayuda que llega del exterior, el papa Francisco dispuso una primera donación de 150.000 euros. (Efe, Télam)
