No hay que viajar durante horas. A veces, unos pocos kilómetros pueden definir el acceso o no que muchas personas, incluidos niños, tienen a ciertos "placeres’ -o derechos, dirán convencidos desde las filas de la agrupación-. Por eso, los integrantes de la Camerata de San Juan decidieron salir al encuentro de ese potencial público que habita distintos rincones de la provincia, principalmente niños, y que pocas veces o nunca han asistido a un concierto. En el marco de un acuerdo con el Ministerio de Educación (que va apuntando las escuelas y localidades a visitar), la formación nacida bajo el ala oficial emprendió su periplo por San Juan. Pero no pasó mucho tiempo hasta que esas salidas musicales, que en un comienzo se plantearon como una necesidad y hasta una misión como artistas, se convirtieron en mucho más: una experiencia profundo contenido espiritual, de la que todos sus integrantes salieron "tocados’.
Pasó en Valle Fértil, en esa pequeña comunidad que los esperaba con los brazos abiertos y que luego del recital, no los dejaba ir. Pero también en la escuela Braille -para chicos no videntes-, y en la Peñafort y en la Martina Chapanay de Chimbas, de educación especial; que recorrieron en sus propias movilidades.
A esos lugares -entre otros como Santa Lucía y Rivadavia, los más recientes- arribó el grupo dirigido por Gustavo Plis Sterenberg para presentar un repertorio pensado específicamente para ellos, como la Sinfonía de los juguetes, que hasta involucra silbatos y matracas en las filas. Y la satisfacción no sólo fue el rotundo silencio del menudo público; sino también las manitos levantadas y la avalancha que se armó cuando el combo les ofreció tocar alguno de los instrumentos de percusión y hasta agarrar la batuta.
"¡Eh don, manso el violín!", "Mansa música!", decían los chicos entusiasmados, haciendo sonreír a los músicos. Y ni hablar de los pedidos de bises y los abrazos a la hora de la despedida, que varias veces debió postergarse por la insistencia.
"Esto nos pone bien, quiere decir que los chicos disfrutan y que el proyecto está bien orientado", comentó a DIARIO DE CUYO Plis Sterenberg, quien aún conmovido, destaca la experiencia con niños y jóvenes con síndrome de Down: "Cuando terminó el concierto, casi se colgaban de nosotros, tan afectuosos…’, se queda recordando.
"Creo que todos nos sentimos más útiles tocando en el patio de un colegio, compartiendo con chicos que, a veces, jamás han visto un violín. Creemos que vamos a entregar y al final los que recibimos somos nosotros… ", define el concertino Pablo Grosman, tan movilizado por la experiencia como sus colegas.
