El panorama es aterrador: unas 100 cabras a las que se les puede contar cada una de sus costillas; que tienen los ojos tan saltones que parece que se les van a caer de una cara que, literalmente, es sólo cuero y hueso; y con los cachos más gruesos que sus patas. En medio de ellas, los cadáveres de otras cabras que no pudieron soportar esa situación y murieron de hambre. Y alrededor del grupo, un centenar de jotes que esperan que caiga una nueva víctima para alimentarse. Todo esto es la imagen que muestra hoy un emprendimiento caprino que cuando comenzó, en 1999, prometía ser uno de los más grandes e importantes de San Juan. Y que hoy es prácticamente un cementerio.

La impactante escena se ve en Carpintería, en Pocito, en una finca en la que, según la persona que está cuidando el lugar, hubo alrededor de 2.000 cabras de raza. El 95 por ciento de ellas eran hembras que daban leche y tenían crías que eran vendidas. Pero, poco a poco, por el abandono de su dueño y la falta de alimento, comenzaron a morir. Y, entre ellas, también hay unas cuantas ovejas, que con su lana ocultan el estado de flaqueza.

En la puerta de la finca, que está separada de un callejón de tierra por un alambre, el hueso de una pata y un pedazo de cuero son el prólogo de lo que se va a ver adentro, en el corral.

Según los vecinos, hace meses que el dueño del emprendimiento no va a la cabaña, los animales están abandonados y pasan días sin comer. Pero la empleada que cuida el lugar dice que su jefe va todos los días y lleva algunos fardos de pasto para los animales, aunque no suficientes. También cuenta que el hombre tiene intenciones de reactivar la producción láctea y que por eso no se quiso deshacer de los animales, pero que no tiene el dinero suficiente para remontar el proyecto.

Así, los animales están encerrados detrás de un alambrado y una tranquera. El pasto sobre el que duermen está al ras de la tierra, es que ante la necesidad de alimento se lo comen antes de que logre crecer.

Las cabras están inactivas, se nota su falta de fuerza. Pero, cuando la persona que está cuidando el lugar les tira algunos de los pocos fardos de pasto que el dueño del emprendimiento les lleva, comienza el movimiento. Se amontonan sobre el pasto seco, se pisan entre ellas y sólo se escucha el sonido de sus bocas masticando con desesperación. Después se mueven hasta una cuneta que pasa por el medio del corral para tomar agua.

Mientras tanto, los jotes aprovechan para darse un festín con lo que queda de los animales muertos. Aguardan en fila parados sobre el alambre, al lado de los cuerpos de las cabras que han muerto, o sobrevuelan la zona en círculos. A pesar de que el olor de los animales muertos no es muy perceptible, ya que la mayoría de los cuerpos se secó con el Sol, algunos vecinos realizaron una denuncia en la Policía Ecológica quejándose porque los animales estaban en estado de descomposición. La causa pasó al Juzgado de Paz de Pocito. Pero nadie intervino porque, a pesar de la denuncia, detrás de la zona del corral, hay un reguero de huesos de los animales con los que los que los jotes ya se han alimentado. Y las cabras que todavía están en pie siguen tan flacas que parece que van a morir en cualquier momento. Por eso, los jotes esperan ansiosos a que caiga otra víctima del hambre, para poder comer hasta hartarse.