Un patio de escuela, un recreo de media mañana, decenas de niños corriendo y jugando y, entre ellos, sin el más mínimo complejo, Brian Bordón los sigue en su andador. Es un cochecito de plástico que los niños de 2 ó 3 años usan para jugar. Pero para Brian, que está a punto de cumplir 7 años, es el único medio de locomoción que le permite moverse sin la ayuda de una persona o silla de ruedas. Es así porque nació con una pierna que mide casi la mitad que la otra y nunca pudo caminar.
En el barrio Costa Canal, su madre, Marisa, cuenta con orgullo cómo su hijo le cambió la vida cuando le demostró, con sólo un año, que él no iba a depender de nadie a pesar de su discapacidad. Le habían regalado su primer andador. Lo que no esperaban, ya sabiendo que no iba a poder caminar, era que él empezara a empujarse y se las ingeniara para aprender a usarlo como si fueran sus propias piernas. "Sólo usó sus piecitos y empezó a moverse", dice Mariana, 1 de las 6 tías que lo cuidan y viven con él.
Para Brian, ese cochecito se convirtió en una prolongación de su cuerpo a medida que pasaron los años y ahora no se despega de él. En el andador transita las calles de su barrio, va de una pieza a la otra de su humilde hogar, acompaña a su madre a hacer las compras, practica judo, juega a la pelota y recorre los patios y aulas de su escuela. Para un extraño se trata de un niño grande en un juguete de niño chico; para los que lo conocen es un ejemplo de valor y esfuerzo. De ese modo, Brian trata de llevar una vida lo más normal posible y manejarse sin depender de nadie.
Tiene una enfermedad llamada síndrome Furman. Su fémur es más corto de lo normal y tiene algunas deformidades óseas. Desde muy chico necesitó la atención de psicólogos, kinesiólogos y rehabilitación en pileta. También viajó varias veces al Hospital Garrahan y tuvo que ser operado por una malformación en el hueso de la cadera. "Es tan valiente que sólo bajó la guardia y estuvo triste un solo día después de la operación", cuenta Claudia, otra de sus tías, mientras su sobrino, subido en su andador, revolea una espada de plástico y juega con sus primos.
Su mamá dice que tuvo un embarazo normal y las ecografías no detectaron la deformación. Cuando el bebé nació, dice, el padre no supo cómo manejar la situación y los abandonó. Pero Marisa, que por entonces no sabía cuál era el problema, sí supo que iba a hacer lo necesario para darle a Brian una mejor vida. Desde ese momento trabaja los siete días de la semana, mañana y tarde, como empleada doméstica. Así consiguió pagarle los tratamientos a su hijo.
Su incapacidad motriz se compensó con su increíble inteligencia. Desde bebé aprendió sin ayuda a desarrollar alternativas más prácticas para moverse. Y esa destreza mental y física le fue útil cuando empezó la escuela. A los 5 años iba a Nivel Inicial, pero perdió la mitad del año escolar por la operación. Sin embargo, al año siguiente, en lugar de ir a Primero, pasó directamente a Segundo porque superaba el nivel de los niños de su edad. Ahora está un año adelantado y sigue entre los mejores de su clase, según dice su maestra María Isabel, de la escuela Florentino Ameghino.
"Quiero ser corredor de autos", sueña este niño de amplia sonrisa, en el momento en que su mamá con los ojos vidriosos se lamenta por no poder estar más tiempo con él. "Espero que cuando sea más grande entienda que no estoy porque tengo que trabajar para tenerlo bien", confiesa. Ella tiene que juntar como mínimo unos 1.000 pesos al mes para el tratamiento y transporte de Brian (va a la escuela en remís porque no consigue una movilidad para discapacitados que lo lleve). Ahora esperan una prótesis para la pierna. Con ella, Brian tendrá que juntar coraje para aprender a caminar.
