En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Simón contestó: "Maestro nos hemos pasado la noche trabajando y no hemos sacado nada; pero si tú lo dices, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: "’Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zedebeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas; desde ahora, serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron (Lc 5,1-11).

El evangelio de este domingo nos relata la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. Ésta se inserta en el cuadro de una pesca milagrosa, que no tiene ningún paralelismo en Marcos ni en Mateo. La atención se centra, casi exclusivamente, en Pedro y dejando en la sombra al resto. Una primera nota del texto es la radicalidad del desapego que comporta la llamada de Jesús. Lucas dice: "dejándolo todo, lo siguieron”. Es una característica puesta de relieve y que es conforme a la espiritualidad del tercer evangelio. Lucas subraya habitualmente la radicalidad y drasticidad del desapego, cada vez que habla de las condiciones para ser discípulo. Por ejemplo: "’Vende todo lo que tienes y dalo como limosna” (Lc 12,33); "Si alguno no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33); "Despréndete de todo lo que tienes y dalo a los pobres” (18,21). La segunda nota, que quizás no aparece de modo claro pero que no se puede obviar, es que la llamada exige una respuesta consciente. Por eso es que Lucas prefiere relatar el episodio de la llamada, luego de haber hecho mención a los milagros de Jesús en Cafarnaúm y después del milagro de la pesca. Se trata de hechos prodigiosos que revelan la identidad de Jesús y su poder. Para Lucas, el seguir a Jesús supone siempre un reconocimiento previo. No se trata de un seguimiento ciego e improvisado. Pero la nota principal es otra: visible en el relato de la pesca y en el diálogo entre Jesús y Pedro. El fin del evangelista al presentar el milagro de la pesca es el de ofrecer una ilustración de la palabra de Dios: "Desde ahora serás pescador de hombres”. Se trata de una imagen profunda. Es únicamente la palabra de Dios la que ha llenado las redes, y será siempre la palabra de Jesús la que hará eficaz el trabajo apostólico del discípulo. El milagro de la pesca es un retrato del esfuerzo del hombre sin Cristo: esterilidad; y con Cristo: un resultado fecundo. Antes que analizar los muchos aspectos del discipulado, Lucas prefiere concentrarse sobre un elemento esencial: la existencia cristiana, que se cualifica siempre como una existencia misionera, está completamente ligada a la palabra de Dios. Anunciar la Palabra es el primer deber del discípulo, tal como nos sugiere la escena introductoria: Jesús sentado en la barca de Simón, anuncia la palabra a la multitud que acude a escucharlo.

Frente a la revelación de Jesús, el pobre Pedro experimenta un gran estupor y toma conciencia de su indignidad: "Señor, aléjate de mí, que soy un pobre pecador”. El discípulo no debe ignorar el propio pecado, la propia debilidad y los propios límites, pero debe saber que la potencia de Dios triunfa sobre la miseria y la falibilidad humana. Pedro obedece la invitación de Jesús: "Echa las redes y navega mar adentro”. Una obediencia a una orden que parece absurda o inútil. "En tu palabra echaré las redes”: es una aceptación plena de confianza. La originalidad del discípulo de Jesús es indicada por el verbo "seguir”, no por el verbo "aprender”. En el centro del cristianismo no se encuentra una doctrina, sino una Persona y un proyecto de existencia. Discípulo es quien adhiere a Jesús sin reservas, compartiendo vida y elecciones. Pero aquí añade su nota Lucas: el discípulo es aquel para quien la misión no es una opción sino un deber.