Se conmemora hoy el Bicentenario de uno de los hechos fundacionales en la historia de nuestro país: la Declaración de la Independencia por el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816. Joaquín V. González lo expresó con su proverbial elocuencia: ‘Fue la asamblea más nacional, más argentina y más representativa que haya existido jamás en nuestra historia’.

Desde diciembre de 1815 los diputados comenzaron a llegar a Tucumán. Eran sacerdotes y abogados. Egresados de las universidades de Charcas, Córdoba y Santiago de Chile. Llegaban en galeras o a caballo. Los civiles se alojaban en casas de familia; los sacerdotes, en los conventos de los franciscanos, los jesuitas y los dominicos. Cien pesos por mes cobraba cada diputado. Un solo funcionario era rentado. Ninguno de ellos buscaba privilegios ni intereses individuales, sino que en todos primaba el anhelo de llegar a acuerdos generadores de futuro promisorio.

La Declaración de la Independencia fue parte de un proceso traumático de constitución de un nuevo orden político en lo que había sido el Virreinato del Río de la Plata. La transición de un régimen colonial vigente durante tres siglos, sostenido en la legitimidad de un rey que tenía un mandato divino, a uno nuevo y distinto fue dura y difícil. La revolución argentina se produjo en medio de una crisis de legitimidad en el mundo, desatada por las ideas de la Ilustración expresadas en la de Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, en 1776, y la de los Derechos del Hombre y Ciudadano, en Francia, en 1789, que proclamaron que todos los hombres son libres e iguales en derechos. Ello creó una nueva legitimidad, la soberanía del pueblo que gobierna por medio de sus representantes en poderes que se dividen y controlan entre sí, como Mariano Moreno sostenía cuando escribía en La Gaceta de Buenos Aires sobre la misión del Congreso que convocaba la Junta.

Mirando con objetividad el presente, descubrimos que los argentinos tenemos deudas aún no saldadas con los congresales de 1816. Entre ellas, el diálogo y la reconciliación para superar grietas e inútiles divisiones actuales. Esto implica grandeza de proyectos y honestidad de gestión para ser una Nación libre en la que todos nos sintamos parte dentro de la diversidad y donde ningún argentino sea excluido.

El Congreso de Tucumán fue una gran enseñanza parlamentaria: personas que no se conocían y, sin embargo, en una mesa común llegaron a coincidencias que aún hoy estamos gozando y celebrando.