Desde hace años vengo manifestando las inquietudes y preocupaciones generadas por una realidad política y dirigencial que no ha sido capaz de diseñar un país previsible y de largo plazo; que no ha contado con la sapiencia y la decisión para resolver los problemas que estructuralmente hacen a nuestra condición de subdesarrollo y que ha privilegiado muchas veces por sobre el bien general y el interés nacional, su interés personal o corporativo.

En este contexto para todos quienes tienen la posibilidad de leer, repensar y de interpretar lo que el común de la sociedad aspira de la política y de sus gobernantes, lo que se plasmó como resultado en estas últimas elecciones parlamentarias, salvo tres situaciones que se fragmentaron como una excepción, representa un resultado claramente previsible y esperable. Por esta razón no dejó de sorprender la situación de Elisa Carrió que con muchas dificultades pudo alcanzar su diputación, lo que deja traslucir que la sociedad requiere y necesita de una mirada que sea mas optimista y generosa con nuestro futuro y no tan dramática y apocalíptica respecto de lo que nos depara el destino.

También está la situación de Carlos Reutemann que con más del 20% de preferencias sobre su mas cercano opositor, con mucha desesperación logró finalmente imponerse a un socialismo que ha venido dando cuenta, que no se necesita una mayoría absoluta para gobernar, sino que la vocación de acordar y de actuar con trasparencia y responsabilidad frente a las urgencias que impone resolver los problemas de la gente.

Finalmente, la sorpresa brindada por Pino Solanas, quien con un encendido discurso en favor de la transparencia y la ética publica y de un franco rechazo a la inmoralidad y perversidad que configura el actual escenario de pobreza y de miseria, no solo ha logrado instalar la necesidad de abordar como una causa nacional el devenir de nuestros recursos naturales, sino que ha logrado ir imponiendo como eje de discusión en la agenda política, el tema del agua, del petróleo y la minería.

Respecto de todo lo que nos ha reportado esta última elección, tengo la impresión que nada se ha perdido. Ha ganado y así lo ha demostrado la inmensa mayoría de los electores, el rechazo a ser conducidos en forma destemplada, autoritaria e irreflexiva. Ha ganado también, la necesidad de buscar los acuerdos y los consensos políticos; el legítimo derecho de no sentirse denostado por tener una mirada diferente y la posibilidad de imaginar una Argentina, donde todos nos podamos sentir una parte sustantiva. Ha triunfado finalmente, la necesidad de poner en marcha toda nuestra fuerza productiva, aceptando con mucha humildad, que la democracia se nutre en el ambiente de un constructivo y sano debate y que nuestra democracia por sobre todas las expresiones y diferencias políticas debe ser ante todo, interactiva, plural y participativa.

Tampoco perdió un modelo de país como se preconizaba, porque ese modelo venía siendo presa de su propio oscurantismo y de sus propias contradicciones. No se puede sostener un modelo que desde el discurso aparenta ser profundamente de izquierda y progresista y desde la realidad de los hechos, se respalda en una concepción económica que es profundamente de derecha. No se puede sostener desde dicho modelo, la enorme contrariedad que emerge de políticas que no privilegian el desarrollo de nuestras industrias, de nuestro empresariado nacional y de nuestras Pymes y que apuestan a la acumulación y la concentración económica. No se puede comulgar con un modelo que se intenta fortalecer sobre la idea de una concertación y transversalidad que solo tiene como finalidad la acumulación de poder político y que nunca pudo ocultar, su interés de vaciar de todo contenido político a nuestra doctrina nacional justicialista.

Considerando como lo dicta el precepto romano que la sociedad a través de su voto expresó "no a todos por igual, sino que a cada uno lo que se merece", ruego a Dios que tanto la oposición como el oficialismo sean capaces de advertir que el futuro de un país no se pregona ni declama y sean capaces de aceptar con inteligencia y humildad, el claro mensaje enviado por las sociedad a través de las urnas.