"Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre…." (De "Prosa del observatorio", 1999)
A 100 años de su nacimiento, parece aún legítimo preguntarse: ¿cómo querría Cortázar ser recordado?; ¿existirán todavía lectores dispuestos a indagar el presente desde el prisma de su arte?, ¿permanecerá vigente la necesidad de volver una y otra vez, con alma de golondrina, a descifrar el mandala provocativo de "Rayuela"?. Por el hilo de estas reflexiones desembarqué en
una secuencia del film "Cortázar" de Tristán Bauer, organizada con los diversos materiales de un collage hecho de entrevistas, fotos del álbum familiar, su literatura, esa voz de lector con una marcada "r" gutural, tan francesa, sus letras de tango interpretadas por el Tata Cedrón….
En la secuencia, el escritor explica a su entrevistador cómo los jirones de afiches superpuestos en un muro de París por manos anónimas, se le manifiestan como el producto de una gran obra de arte colectiva, infinita y eterna, a la que el tiempo va otorgando nuevas formas, colores y sentidos. Valorando un trozo de afiche donde asoma el personaje de Dillinger, Cortázar
traduce lo que aquella imagen despierta en su memoria: su adolescencia en Banfield y los periódicos que anunciaban la detención de este famoso asaltante de bancos de los años ’30, en EEUU. Esa es "su hora", su "agujero en el tiempo" que instala en este presente aquel fragmento de su historia de vida en un Buenos Aires del que nunca se fue, y al que regresa por estos puentes del arte. A partir de ese instante sabe que va a caminar por largo tiempo las calles de París con ese momento, fijo en su pensamiento, como un coágulo…. El arte es una sonda a las profundidades de la memoria donde permanece siempre alerta nuestra identidad.
Como en el cuento "Continuidad de los parques", vida y arte se despliegan en la dimensión de un cosmos, nutriéndose mutuamente gracias a un sistema de vasos comunicantes.
En la obra cortazariana, estos pasajes aparecen codificados en la clave del juego y de la libertad que implica transgredir los límites, dar vuelta las reglas para experimentar lo que ellas ordenan, desordenan y reordenan a un tiempo, desde el revés.
Para Cortázar, la creación es recuperar la mirada desprejuiciada de los niños, la multiplicidad de puntos de vista desde donde ellos nos observan y observan el mundo; recuperar la realidad trizada, caleidoscópica, simultánea, abierta a lo nuevo desde el ojo de la mosca. En su mundo artístico, la escritura adquiere la forma de la poesía sin el estereotipo del género pero con la textura del sonido capturada en sus letras de tango: "… de pibes la llamamos la vedera / y a ella
le gustó que la quisiéramos./ En su lomo sufrido dibujamos/ tantas rayuelas", canta en Veredas de Buenos Aires; o la letanía del poema "Album con fotos (Edición 1967, dC’ que nos enfrenta con la miseria humana, martillando en la conciencia social,… "La verdadera cara de los ángeles/ es que hay napalm y hay niebla y hay tortura./ La cara verdadera es el zapato entre la mierda,
el lunes de mañana, el diario./ (…) es el álbum que cuesta treinta francos/ y está lleno de caras (las verdaderas caras de los ángeles)/ la cara de un negrito hambriento,/ la cara de un cholito mendigando,/ un vietnamita, un argentino, un español, la cara/ verde del hambre, verdadera cara de los ángeles,/la cara verdadera de los hombres,/la verdadera cara de los ángeles.", (en "Último round", 1969)… Ángeles que desde los bordes del silencio al que los marginan los paisajes exóticos colectados por los turistas, claman porque sea escuchado su derecho a la niñez.
La escritura de Cortázar padece de una libertad tan libre que avanza sobre la realidad cotidiana manifestándose, también, bajo la forma de un croquis, quintaesencia del dibujo con el que expresa la viva realidad a la que nos regresa, porque allí "empieza la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí (sobre nosotros, lectores, traduzco) como una magnolia…" ("Historias de Cronopios y de Famas",1962). La escritura de Cortázar es la fotografía del amateur, perseguidor de lo real- insólito (estoy considerando los mapas y figuraciones de "Los autonautas de la cosmopista",1983, o las fotografías de "Prosa del observatorio",1999). Ciertamente, se trata de un lenguaje luminoso que procede de, y va hacia
la materia prima de la humanidad, la memoria vital, reloj que pauta nuestras experiencias cotidianas en un tiempo -espacio otro.
Provisto de esta linterna mágica, y dispuesto al juego de la invención, el lector retoma la iniciativa de explorar el universo conocido por él, pero esta vez desde su entorno vital. Recupera el instante y remontando suavemente la cuerda de este reloj, lo descifra: "Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan". Si logramos ingresar en esa nueva dimensión descubriremos que
"…. allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa…"
(Instrucciones para dar cuerda al reloj de "Historia de Cronopios y de Famas").
En esa "hora fuera del tiempo", Cortázar sabe que "la resonancia de palabras que laten como un pulso, lo devolverán a una condición privilegiada, a un instante de temblorosa maravilla; otra vez, contra el cielo azul, un fragor de cristales rotos, un olor quemante de sal, un niño que juega con lentes e interroga a los astros". (Las grandes transparencias, en "Territorios2, 1978).
