Señor director: 

En julio de 1936, la crónica decía: "En un pedazo de tierra, buena, situado en la precordillera de los Andes, en los deslindes de los territorios de Chubut y Río Negro y a unas ciento cincuenta leguas de las costas del Atlántico, está situada la colonia pastoril indígena de Cushamen. Cien leguas de campo que el presidente Julio Argentino Roca, conocedor del espíritu, dio al cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir, a cambio de la promesa de éste de "sumisión total y absoluta" de toda su tribu. 

Nahuelquir (bramido de tigre Nahuel; Tigre: Bramido), fue uno de los más bravos caciques quechuas. Sus dominios eran los campos del Norte de Río Negro. Allí, Nahuelquir fue señor absoluto durante largos años. 
Las tropas expedicionarias encontraron en él y su tribu un serio obstáculo. (Recordemos que ellos eran dueños de sus tierras). Pero los fusiles se impusieron a la lanza rudimentaria que usaban para la caza. 

Nahuelquir, con su tribu desecha, corrió a refugiarse en las márgenes del río Limay, virgen todavía de las avanzadas blancas. En las fotos de 1935, se pueden ver miembros de la tribu "Cushamen", en la Patagonia. 
Esto ocurría en el Sur con los aborígenes dueños de sus tierras en la presidencia de Roca, en la denominada "Conquista del desierto" (1898 – 1904). ¿Desierto? Si allí había todo tipo de vida, en especial humana. 

Llegamos al siglo XXI, cambiaron los nombres, la geografía, los estilos de sometimientos, también cambió el presidente, y nos ubicamos en el Norte del país, con un común denominador: "el aborigen". Pero lo que no cambió fue lo que estos pueblos originarios sufrieron toda su vida, el exterminio, sumisión y denigración como seres humanos. Esto por defender aquellos que les pertenecía, los redujeron a ser "nada". 

Aquellos que los mataban a balas de fusil , hoy los matan y les roban sus identidades quitándoles los documentos de identidad de argentinos, a cambio de $10, y unos pocos alimentos, que con caras de resignación, sólo se limitan a mirar el atropello e injusticia. Les han quitado la dignidad de seres humanos y ciudadanos argentinos. 

Allá en el Sur o aquí en el Norte, la avaricia y deshonestidad, de nunca acabar de los políticos, exterminaron a los pueblos originarios. Sepultaron sus culturas. Se aprovecharon de su ignorancia, con el sólo objeto de acrecentar sus poderes y patrimonios como autoridad circunstancial gobernante. 

Se puede ver por televisión o leer en los diarios, cómo inmorales políticos se apoderan y los someten a sus obediencias: esto incluye amenazas, golpiza y en muchos casos, la eliminación física. 

La historia se repite en desmedro del aborigen. Seres humanos que ven pasar y pasar el tiempo y en nada los beneficia, porque la clase política está tan enferma que les obstruye la capacidad de verse así mismo. Y, que enriquecerse con el robo de la dignidad de los que menos tienen, los hace pobres de por vida.