Miles de cosas pasaron ante los ojos de los argentinos que estuvieron esas más de 24 horas en la Plaza de Mayo. A mí me marcó un sonido.
Pocas veces la marcha de San Lorenzo puede poner la piel de gallina. Ya lo había experimentado hace unos años en el Cruce de los Andes, en la cordillera, cuando después de 5 días a lomo de mula recreando la ruta sanmartiniana te aflora el patriotismo, sí o sí. Esta vez, la canción vino confundida con el repicar de la lluvia en el cemento. Y precedida por un silencio sepulcral, que se hizo de repente, como un pacto colectivo que empezó en el mismo momento en que sacaban a Néstor Kirchner a la calle, poblada de militancia más triste que cansada. Nunca antes había visto y sentido tanto respeto junto, al tocarse una canción patria.
También me quedó grabada una imagen. El coche fúnebre apareciendo por la esquina y la gente abalanzándose sobre él, entre medio de banderas y saltando vallas humanas de uniformados que hasta parecían sensibilizados con tanta expresión popular y dispuestos a no pegar ni un codazo entre los dolientes.
Yo lo viví al principio de lo que fue luego una marejada creciente de seguidores ante el cuerpo del ex presidente. Quizá hubiera sido distinto más adelante de la Avenida Alem, cuando el cortejo tomó su rumbo hacia el aeropuerto a paso de hombre. A mí me agarró un vendaval de madres con bebés en brazos, grandotes con remeras con la cara de Néstor, viejitas con banderas de chal, señoras pacatas, rolingas y otros hijos de vecino, llevándome hacia el auto de vidrios oscuros.
En un segundo lo tenía enfrente. Fueron esos instantes frente al cofre de madera en cámara lenta, confusos, revueltos, donde hasta olvidé que estaba filmando con mi celular, que me hicieron caer en la cuenta de que estaba ante un hecho histórico y que estaba siendo testigo de una muestra de devoción única.
De ese ratito irrepetible me quedaron en la mente pequeños detalles: manos intentando tocar el auto, ojos estallando en lágrimas y trapos celeste y blanco y con letras flotando entre el viento y la lluvia. Quizá ese fue un premio, porque le encontré una gran belleza a la escena, donde entré como una extraña y salí marcada. Hasta soñé con un fragmento de mi visita a Plaza de Mayo el día anterior, sobre todo con el piso tapizado de carteles pisoteados por la multitud, todos con buenos deseos.
Me guardo otras impresiones que no vienen al caso, lecturas políticas y sociológicas hay miles. Por ejemplo, lo difícil de justificar de las pintadas sobre los edificios públicos con un "Fuerza Cristina" o frases para emular un mito como "Hasta la victoria siempre" o "Néstor vive" graffiteadas sobre los vidrios de la cartelería al lado del subte; o los cantos de los kirchneristas más viscerales, pidiendo a Cobos que se vaya; o la faja de cartulina azul en la puerta de la legislatura porteña, diciendo que ahí son todos fachos.
Lo cierto es que para una sanjuanina, no tan acostumbrada como los porteños a ver expresiones de compromiso con una causa inundando la calle, todo fue muy novedoso. Y tema de conversación en las charlas con los nietos. Ojalá.
