El pasado jueves, el Papa Francisco entregaba a "todos los hombres de buena voluntad”, y no sólo a los católicos, la encíclica "Laudato si” (Alabado seas), recordando el inicio del "Cántico de las criaturas”, compuesto en la primavera de 1225, por san Francisco de Asís, cuando se encontraba enfermo y casi ciego. Nuevamente el Papa nos sorprende al haber elaborado durante largos meses, esto que no es un documento "verde”, sino una encíclica social, como él mismo se encargó de aclarar. Así, la Iglesia responde a los nuevos signos de los tiempos, ofreciendo una palabra sobre las urgentes y complejas problemáticas socio-ambientales que caracterizan nuestra época. En el mundo de hoy no podemos hablar de problemas sociales y de problemas ecológicos por separado, de la misma manera que no podemos afrontar las cuestiones económicas sin hablar de cuestiones políticas. Esta es una de las principales contribuciones de la encíclica, que trata de ofrecer una mirada sapiencial que muestre las interrelaciones entre estos grandes desafíos de la humanidad, así como sus inevitables implicancias éticas. La clásica "cuestión social”, que impulsó a León XIII a escribir la "Rerum novarum” en 1891 e iniciar un singular modo de reflexión, se extiende hoy con su pensamiento al debate internacional que está teniendo lugar en la sociedad civil y en especial en las importantes negociaciones que tendrán lugar en la III Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, en julio próximo en Addis Abeba; en la cumbre de la ONU de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de septiembre en Nueva York; y en la Cumbre del Clima, de noviembre en París.

El clásico sistema del "ver, juzgar y obrar”, es la premisa para poder comprender los seis capítulos y cada uno de los 246 parágrafos del documento pontificio. Tres principios claves de la Doctrina Social de la iglesia se repiten una y otra vez a lo largo de la encíclica: el del bien común, el destino universal de los bienes, y el de solidaridad. El primero de ellos (nn. 23. 156-162), precisa que el bien común, siendo de todos y de cada uno, sólo es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, en un trabajo conjunto de toda la humanidad, cuidando esa "casa común” que es el mundo, sin olvidar que el clima forma parte del "bien común”. A nivel global, el clima es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. La brillantez del Papa se muestra en haber elegido a un hombre no creyente para que le aporte datos a nivel científico sobre las causas y los efectos del calentamiento global. Se trata del profesor alemán John Schellnhuber, fundador y director del Instituto Postdam de Investigación sobre Impacto del Cambio Climático. El clima ha cambiado siempre en todas las épocas, pero el cambio reciente es muy diverso del de milenios atrás. Para final de este siglo se espera un calentamiento de entre 5 y 7 grados según los estudios de Schellnhuber, precisando que el calentamiento global no será gradual, sino que será rápido e irreversible. A nivel internacional se ha acordado que pueda subir la temperatura dos grados, pero analógicamente pensemos en la temperatura del cuerpo. Dos grados son fiebre, con cinco más llega la muerte. Las consecuencias del efecto invernadero originan no sólo destrucción sino también migraciones de animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. El segundo principio es el del destino universal de los bienes. La "Laudato si”, insiste una y otra vez en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. De ahí que cualquier planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. En la Encíclica "Centesimus annus” (n.31), escrita por Juan Pablo II en 1991, se recuerda con énfasis que "la tierra ha sido dada a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”. Por eso es que la propiedad privada no es un derecho absoluto o intocable sino que tiene una función social. Sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado. El tercer principio clave es el de la solidaridad, que no es un sentimiento vago o superficial frente a los problemas, sino la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien de todo el hombre y de todos los hombres. No hay ecología sin una adecuada antropología. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. La ecología del ambiente va unida a la ecología humana. De ahí que resulte clave lo que señala Francisco en el n. 136: "Es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos”. En base a la solidaridad, el Papa propone el cuidado por parte de la comunidad universal, de esos dos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo (cf. n. 38). La Amazonia es la que aporta el 20 % de oxígeno a nivel mundial y está siendo devastada en algunas zonas. Abraza 8 países latinoamericanos: Brasil, Perú, Venezuela, Ecuador, Surinam, Guyana, Colombia y Bolivia, con una riqueza de biodiversidad que es inconmensurable. Ser ecológicamente solidarios, implica también apostar por otro estilo de vida en el que el consumismo y el derroche sean sustituidos por la sobriedad. Basta pensar que la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense producen 17.000 toneladas diarias de residuos. En Argentina cada habitante produce 1 kg de basura por día. Según el Instituto Internacional del Agua, con sede en Estocolmo, para la elaboración de una hamburguesa se requieren 2.500 litros de agua. En nuestro país se pulverizan más de 300 millones de litros de herbicidas, insecticidas y fungicidas sobre más de 25 millones de hectáreas, en las que se siembran principalmente soja y maíz modificados genéticamente para ser resistentes a dichos productos. Sólo pocos ejemplos nos demuestran el despilfarro de recursos, y la indiferencia con la que hemos llegado a vivir ante la contaminación. La educación ambiental llevará a la tan ansiada "conversión ecológica” (nn. 216-221), descubriendo que en este plano "menos es más”. Menos consumo equivale a más y mejor calidad de vida. Vencer la "cultura del descarte” es también crecer en humanismo. Habrá que comprender que la felicidad no consiste en poder satisfacer todas las necesidades o caprichos, sino en tener cada vez menos necesidades y caprichos que satisfacer. Es que la felicidad no es un producto que se adquiere sino un proceso que se vive desde dentro. Tampoco es sólo una meta, sino un modo de caminar sobrio y austero, como lo experimentó y enseñó el santo de Asís. Así la tierra dejará de ser un basural y volverá a ser el jardín dado al hombre para que lo cultive y lo cuide; o esa "casa común” que se nos ha prestado y de la cual no debemos considerarnos propietarios o dominadores sin límites, sino administradores responsables de cara a un futuro más humano y sostenible.