El estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que el campeonato del mundo acabara sepultado entre los escombros desde 1938 hasta 1950. Fue una época muy gris para el deporte en general y el fútbol no iba a ser una excepción. Intentando amenazar a la situación del momento, la FIFA decidió organizar el cuarto Mundial de la historia en 1942 con las posibilidades de la Alemania nazi, Argentina y Brasil como sedes. Sin embargo esa edición llegó en 1950 de la mano del país brasileño.

Después de varios años de que finalizara el conflicto bélico más devastador de la historia, el fútbol volvió a resurgir con todo su esplendor y en el Mundial de 1950 una selección se iba a coronar como la reina del mundo: Uruguay, que logró de esta forma hacerse con su segundo campeonato del mundo.

La final de Brasil ’50 será recordada por siempre, ya que la selección uruguaya logró imponerse de forma espectacular a la anfitriona en uno de los estadios más importantes del momento, Maracaná. La "celeste" ganó contra todo pronóstico a la "verde-amarela" por 2-1 en un encuentro que fue bautizado como "Maracanazo". Por primera vez un Mundial pasaría a los libros de historia por ser uno de los más emocionantes.

En ese Mundial nuevamente la albiceleste se quedó sin jugar debido a las diferencias existentes entre la Federación Argentina y la Confederación Brasileña de Fútbol. En 1949, Argentina renunció a participar en el Campeonato Sudamericano organizado por Brasil, por lo que la CBF prohibió a los equipos brasileños disputar partidos contra los argentinos. La AFA declaró la guerra a Brasil y decidió no inscribirse para el Mundial.

EL PESO QUE CARGÓ BARBOSA

El 16 de julio de 1950, Río de Janeiro se sumergió en el luto. Uruguay acababa de ganar el Mundial ante Brasil, profanando Maracaná ante la mirada incrédula de 203.850 fanáticos del fútbol. Cuando Jules Rimet entregó la Copa del Mundo al capitán uruguayo Obdulio "El Negro Jefe" Varela, cada brasileño se sintió como si hubiera perdido al ser más querido, como si su honor y dignidad hubieran desaparecido. Muchos juraron aquel día que nunca volverían a ir a un estadio de fútbol pero todos apuntaron con su mirada acusadora al portero Moacyr Barbosa como el principal culpable de la derrota ante Uruguay.

Su pecado fue dudar si atajar o despejar el gol que hizo campeón del mundo a la selección charrúa y su penitencia, un cruel ostracismo por parte de la sociedad brasileña. "En Brasil, la pena mayor que establece la ley por matar a alguien es de 30 años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí y yo sigo encarcelado, la gente todavía dice que soy el culpable", reconoció el propio Barbosa en una entrevista antes de morir el 7 de abril de 2000 entre el olvido y el desprecio de sus compatriotas.