Buenos Aires, 22 de mayo.- El trío pop estadounidense Jonas Brothers se presentó anoche en el estadio de River Plate para enardecer a una multitud de adolescentes, con mayoría femenina, con un repertorio conocido por los fans.
Paul Kevin II, Joe (Joseph) Adam y Nik (Nicholas) Jerry Jonas son hermanos y proceden de Nueva Jersey, están muy vinculados a la factoría Disney y pertenecen a la empresa Universal Music Group, delineadora de su carrera.
Los tres andan por los 20 años, tienen cuatro álbumes editados y ya cumplieron decenas de giras por Estados Unidos y otros países, en tanto su visita a la Argentina fue transformada por algunos medios en algo así como el acontecimiento artístico del año.
Cualquiera puede acudir a un show de los JB con muchos prejuicios, entre ellos aquél que los señala como un mojón cultural del conservadurismo más craso en su país, a punto de que se ha publicitado que los tres hicieron voto de castidad hasta el matrimonio.
Lo que sorprende es que los JB son músicos interesantes, cantantes con ángel y compositores -si es que son ellos quienes componen- atendibles aunque no originales. Más de un título se asemeja sospechosamente a famosos precedentes.
A primera vista se parecen muy poco a los grupos de rock tradicionales: pulcros en el vestir y en los peinados, dan la sensación de atrasar 50 años y pertenecer a aquellos grupos pre-Beatles surgidos a todo lo ancho de Estados Unidos a mediados del siglo XX.
Hasta el rock que hacen es cuadrado y sus letras -para quien llega a descifrarlas- están muy lejos de la desazón ante el mundo y la opción por vidas diferentes que curten muchos rockeros, incluso argentinos, a partir de la década de 1970.
Otra cosa sucede con la telonera Demi Lovato, quien a pesar de pertenecer también a la línea Disney tiene el encanto y el swing suficientes como para llegar en su madurez a compromisos artísticos más arriesgados, siempre y cuando modere su vocecita destemplada cuando habla con el público.
La chica abrió su segmento con La La Land y tuvo muy buenos momentos con Don´t Forget -tema principal de su flamante CD + DVD- y con Gonna Get Caught, temas que el público pareció conocer al dedillo.
Porque en varios espectáculos de ídolos populares, auténticos o inventados, extranjeros o de cabotaje, está lo que sucede sobre el escenario y lo que sucede en simultáneo en plateas, tribunas y graderías.
La característica auditiva del espectáculo de anoche -y de otros destinados a los teen- comenzó al promediar la tarde cuando el Monumental empezó a llenarse de gente azuzada por radios y TV, que recomendaban instalarse temprano por alguna razón no explícita.
Se trata de un sonido penetrante y repetido que, se supone, proviene de miles de gargantas femeninas. Ese sonido de extemporaneidad emocional duró desde temprano hasta finalizado el espectáculo.
Acompañó la actuación de Demi Lovato y también la de los JB, al punto de tapar muchas veces las voces y la música provenientes de los poderosos equipos; subió y bajó cuando los intérpretes intentaban dialogar con los presentes y estalló en cada final de presentación.
Es posible que muchos entendieran las palabras de los artistas -siempre que pudieran oírlas-, pero dio la sensación de que se trataba más de un rito de identificación que de otra cosa, en el que lo espontáneo está fuera.
Ni Lovato ni los JB hicieron bises y nadie los pidió, como si hubiese un acuerdo sobre la fugacidad de los hechos, como sucede en TV, cuando el goce de un artista es privado y circunscripto al hogar.
La euforia llegó a interrumpir la ejecución de algún tema con ataques de entusiasmadas ovaciones, ante la mirada incrédula de los intérpretes, contentos con el festejo del público pero atónitos ante ese exceso de confianza.
Seductores aunque discretos ante las chicas, sin apelaciones abiertas al sex-appeal, los JB dieron lo que vinieron a dar, incluso con demagogias como vestir una camiseta del 10 y enarbolar sospechosamente una bandera argentina.
