Los ojos de Juan, de un color gris verdoso, delatan su aire de familia: son casi los mismos que los del abuelo Kristofer, cuyo retrato luce en la sala de la casa de los Lund, en la calle Victorino Ortega, de Capital. No es que tengan el mismo color, pero ambas miradas comparten algo de aquel halo de aventura y leyenda que rodea a la existencia de los vikingos, habitantes míticos de la misma tierra de donde provino Kristofer Lund, el abuelo de Juan. La historia sale a la luz hoy, que se celebra el Día del Inmigrante.
“Mi abuelo era ingeniero de ferrocarriles y a fines del siglo XIX, lo contrataron para construir el ferrocarril en Uruguay. Y por eso se vino de Noruega, su tierra natal, ya casado con mi abuela Anna Falk. Claro que antes de salir de su tierra, le hicieron prometer que Anna volvería a ver a su familia cada dos años”, dijo Juan. Aunque el trabajo de Kristofer era en Uruguay, el joven matrimonio se radicó en Belgrano, Buenos Aires, con sus dos hijos pequeños: Erik y Juan. Allí comienzan a afianzarse a una nueva cultura, que pronto les resultó casi como propia.
El crecimiento del ferrocarril en la Argentina quiso que Kristofer fuera llamado a San Juan, donde el cerro Pie de Palo representaba un obstáculo casi insalvable para que este medio de transporte pudiera materializarse. Su trabajo ya era conocido y por esa razón, lo convocaron para colaborar en el diseño de un tramo que en zona de montaña, era bastante complicado. “Cuando vinieron a San Juan, el abuelo Kristofer y la abuela Anna se establecieron en San Martín, y allí echaron raíces”, contó Juan. Como Anna tenía que cumplir con la promesa hecha a sus padres de volver a Noruega cada dos años, dio a luz en ese país a su tercer hijo, Enrique, ya que había viajado embarazada. “Ese hecho hizo que Enrique no pudiera volver a Noruega hasta muchos años después, ya que era considerado desertor para el ejército de su país”, relató Juan.
De los tres hijos del matrimonio Lund, dos fueron médicos. “Mi padre y mi tío Erik se dedicaron a la medicina. Mi padre conoció a mi madre, María Rebeca Laspiur, que era de origen vasco-francés, y se casó con ella”, continuó el heredero. Tuvieron 5 hijos: Juan, Enrique, Alf, Sonia y Ernesto. La guerra hizo que la familia Lund no pudiera seguir viajando a Noruega, pero algunos de sus integrantes pudieron hacerlo y conocer la tierra de sus ancestros muchos años después.
Afincados por completo en la tierra que los recibió de jóvenes, los Lund fueron mezclando su sangre, pero manteniendo intacto el espíritu de sus antepasados. Un inmenso barco vikingo, que luce en la sala de los Lund, es atesorado por Juan como el más preciado de sus bienes. “Lo hizo mi abuelo Kristofer. Era muy hábil con las manos y no es extraño que esto sea así. Allá en su tierra, los inviernos eran muy largos y durísimos. La gente buscaba entretenerse con trabajos manuales para pasar el tiempo, porque el clima no les permitía hacer otra cosa‘, contó Juan.
Ya casado con Delia Conte-Grand, el tercer Juan de la familia Lund también hizo su aporte a la multiplicación del apellido, con sus cuatro hijos: los mellizos Ana Delia y Juan, Guillermo y María Inés, de quienes nacieron también muchos nietos.
“De mi abuelo guardo muchos recuerdos. Él vivió casi hasta los 100 años, era un hombre muy fuerte. Recuerdo la pequeña barba que siempre tenía, sus ojos cristalinos, su prominente panza y su espíritu de hombre fuerte. Un verdadero hacedor, que vino a construir ferrocarriles a una tierra tan lejana (incluso participó en la construcción del Tren de las Nubes) y que terminó fundando una gran familia”, concluyó Juan.
