La Comisión Económica para América latina y el Caribe, Cepal, ha difundido un conjunto de indicadores que cuantifican la evolución económica de los países de la región en las últimas 6 décadas.

Uno de ellos es el Producto Bruto Interno (PBI), es decir, el total de bienes y servicios generados anualmente por cada país, desde 1950 a 2008. Los datos señalan la capacidad de cada país para enfrentar los desafíos y oportunidades que planteaba el contexto internacional y generar estrategias de desarrollo.

Según la Cepal, en la década del ’50, Argentina era la economía más importante de América latina con un PBI que representaba el 27% del PBI de la región. Para la década del ’80, el PBI argentino había caído a un 15% del PBI regional. En los años ’90 esta participación siguió cayendo hasta el 14%, y en la década actual se estancó en el 13% del PBI regional.

Desde aquel liderazgo regional, a mediados del siglo pasado, se llegó a la insignificancia en el contexto internacional, como consecuencia de una sucesión de políticas desacertadas, declamadas en principios ideológicos, pero escondiendo intereses personales y con mucha mediocridad. Lo grave es que no hay indicios para suponer que esta decadencia se esté revirtiendo. La OCDE, la organización que aglutina a los países desarrollados, viene incorporando a naciones que exhiben avances en organización económica, política y social. México ya está integrado, Chile fue invitado y Brasil analiza su incorporación. Argentina no aparece entre los posibles candidatos.

Mientras que en estos países prevalece la racionalidad y la planificación, en la Argentina la toma decisiones implican embestidas ideológicas. En las discusiones sobre las leyes de medios, de retenciones móviles y estatización de las AFJP, las pujas se dirimieron según lealtades y traiciones, alianzas y obtención de votos en base a presiones.

Son escasos los espacios para el diálogo franco, el análisis objetivo y la búsqueda de consensos basados en el bien común. Bajo estas condiciones, no es raro que nuestro país ocupe un lugar signado por la mediocridad.